1 de junio de 2016

El gran tarado observador, catador y catalogador de taras

Un día en la terraza de la cafetería de un hotel, que a priori es un lugar apartado pero son espacios tremendamente anónimos y agradables, le decía a un amigo raro que quizá debería de luchar por aquella chica rara en vez de dejarla marchar porque no iba a encontrar a nadie que le soportase. Actualmente son un bonito matrimonio de raros y me han dejado de hablar porque, entre otras cosas, yo como carne, ellos se han hecho veganos y no puedo más que preguntarme si es una broma cuando mantienen, en algún momento de falta de proteínas brutal, que poner un filete sobre la mesa es irrespetuoso ya que es lo mismo que situar un cadáver delante de sus justas caras (pegadas a un iphone que elimina de la ecuación lo de matar niños  negros para el coltán). En fin, no es el asunto.

El caso es que, entre otras frases correctas le conté que tengo la certeza de que todas y cada unas de las personas que se han quedado más de diez días en nuestra vida son la persona perfecta, que todas las chicas que yo he conocido podrían haber sido LA persona, el refugio, LA historia pero por cobardía o temor, por ansiedad o miedo, nos equivocamos todas esas veces.

Y son muchas. Las historias que forjan el pasado sentimental no tienen la obligación de incorporar sexo entre sus condimentos.

Son todas las que salí corriendo, las que me paralizaron con los dolores antiguos, las que no me atrevía enseñarme o las que me sentí pequeño al darme cuenta que no era el superhéroe que había vendido las tres primeras citas. Todas y cada una de las veces en las que mis taras pudieron con mi futuro. las veces que me hice el dormido, las que empecé a comparar, las que únicamente me fijé en las estrías de su culo en vez de sus perfectos pechos, las que no podía parar de hacer chistes sobre esos programas infames de televisión que disfrutaba, las que le ponía pruebas para que no las superase, las que me metía con sus idearios políticos o las que arrastraba la valía de todas aquellas cosas que le gustaban. No es una sola persona, soy yo en todas ellas. Son mis taras haciendo su trabajo, como si estuvieran celosas de que pudiera cambiar o como si hubiera encontrado la forma automática de sabotearme siempre.

También he de reconocer que pasé por extraños momentos en los que, como imanes industriales, me fui acercando a imposibles. Distancias insalvables. Vidas sin huecos para nadie o sencillamente taradas. Si un día aparecía una tarada, tenía que ser para mi. Creo que la primera fue una mujer que, impresionante a sus 16, le gustaba darme besos en el bar más cercano al portal de su novio de 24. Conocí a una chica que exigía comprobar (con unas pruebas de agua en vez de abrazarme un poco después) el único preservativo que usamos jamás porque sólo fué esa vez y porque no se fiaba ni de mi ni de la industria del látex. Me han pedido hacerme una carta astral como condición previa para el sexo. Me dijeron "qué bien que no haya venido mi marido, porque es muy violento" y yo pregunté "¿qué marido?" pero sólo me recuerdo vistiéndome en un ascensor saliendo más rápido que un dibujo animado de aquella casa. Me han dicho que, porque era una mujer muy moderna, sólo era sexo y después me han gritado por marcharme a casa. Me han dicho "abrázame nada más" y me han echado de su casa porque no quería follar. Hace unos años, después de que ella, como la niña del exorcista con un ataque de parkinson y convulsiones, todo a la vez, tuviera un orgasmo del que solamente fui un espectador, me sonrió y me dijo "me voy a dormir a la otra habitación" y yo pregunté que qué es lo que se suponía que tenía que hacer yo en ese momento y me dejó con mi erección mirando al techo a las cinco de la mañana en una casa que no era la mía. Me fui furtivamente. Supongo que tuve una temporada en la que mis taras atraían a taradas de la misma forma que los amantes del curling, por alguna razón extraña, terminan haciéndose amigos entre ellos.

Cuando alguien me dice que "la cosa está muy mal" siempre culpan al sexo contrario y mi conclusión es que taras, lo que se dicen taras, las tenemos todos. "Me encantaría dormir contigo esta noche pero si no llevas encima un análisis de venéreas que tenga menos de dos semanas es imposible, compréndelo", respondí que me lo había dejado en la otra chaqueta. No coló.

Aún así, aunque todas y cada una de las anécdotas tienen un poco de verdad y un poco de exageración literaria, creo que son fruto de las dificultades que ponemos para que no pase nada, para no afrontar posibilidades, para culpar al otro o simplemente para seguir regodeándonos en lo injusto que es el karma con nosotros pero después vuelve a suceder algo y el ciclo se repite, inexorable.

Podría, como confesión de borracho en la barra de un bar mugriento, jurar que su orden me complementaba en un caso, que esas piernas y esa sonrisa eran un superpoder, que todo lo que aprendí me hacía adorarla, que tenía que haberme comportado mejor porque tenía razón al decir que juntos éramos invencibles, que jurar siempre que era la última vez y reencontrarnos era maravilloso o que no fue. Puedo asegurar, sin equivocarme ninguna vez, que la necesito esta noche, mañana por la mañana y si todo sale bien el resto de mis días.

Pero nunca fuimos nosotros, siempre fueron las taras las que ganaron la partida.

Y ahora que las conozco o al menos soy capaz de identificarlas me pregunto si no es demasiado tarde. Me pregunto si acaso no era yo EL tipo, el refugio o LA historia y ahora, entre sus anécdotas, cuenta que conoció a uno que la dejó en la cama por ver fórmula1, que la engañó con una imbécil para que tuviera un motivo para dejarme, que me fuí en moto en vez de vacaciones con ella, que no estuve en la fiesta de cumpleaños que me preparó, que me marché cuando éramos casi felices o que desaparecí cuando más me necesitaba y luego tuve la desfachatez de mandarle una canción, un domingo a última hora, de esas que rompen la espalda al escucharla. ¿Hice todo eso?. Si. A veces quiero culpar a las canciones de desamor que conozco de arrastrarme a forzar esas situaciones, a veces creo que el cine nos ha enseñado a llevar la vida hacia extremos sin contarnos que lo más normal es caer por los barrancos. A veces tengo la seguridad que la suma de dos taras es acertar en el centro de la diana del desastre.

Sin embargo aquel día le estaba diciendo a mi amigo que aunque era un tarado y su novia también, asumirlo era lo más inteligente. Yo, el gran tarado y experimentado observador,catador y catalogador de taras, tenía razón.


Pd: hay amor, aunque no lo parezca, en el texto. Y culpabilidad, pero la novedad es que es compartida.

2 comentarios:

  1. Luego llegará la aceptación.
    Más tarde la búsqueda de cambio.

    Hay campanas de boda en lontananza, amigo.

    ResponderEliminar
  2. Contra quien te recasas?
    (Porque el texto responde a esa pregunta de "¿por qué sigues solo con mas de 40?" y la respuesta es que estoy tarado y que esa tara tiene mucho que ver con no saber enfrentarse a los demonios propios pero, muy a mi pesar, no soy el unico tarado de este mundo. por el mismo motivo, porque el "taramiento" es humano no tiene que ver con el género. A mis taradas me remito.)
    Asi que o me he explicado mal o tienes muchas ganas de ir de boda.

    ResponderEliminar