17 de febrero de 2015

La osadía, la inteligencia y la virtud.

Existe un video maravilloso sobre un partido de futbol entre filósofos donde gana no el que más piensa ni el más inteligente sino el primero que hace algo y, como es humor, gana Grecia.
Es curioso que se acabe de publicar un artículo que, refiriéndose a la inteligencia de los futbolistas, viene a decir que en un caso de diferencia mínima en capacidades innatas atléticas la capacidad de pensar merma las posibilidades de éxito.

En realidad podría ser extensivo a ciertas facetas de la condición humana si es que partimos de la base de la similitud entre las capacidades de los elementos de control. En muchas, quizá en demasiadas ocasiones, el triunfo o la recompensa no viene dado por la inteligencia o el tiempo de maduración de la actividad en si misma sino por hacerlo, lo que sea, aunque sea peor. La osadía, como tal, se compone de suerte y desprecio de los daños colaterales. Vivimos en un momento de admiración por los osados.

Tuve un compañero osado. Se enriqueció y se arruinó al mismo ritmo que se casaba y se divorciaba. Tuvo hijos sin saber como mantenerlos y pidió hipotecas sin ninguna seguridad de poder devolverlas. Se vende a si mismo como un hombre de su tiempo, un triunfador porque se arriesgó y yo, callado en medio de la reunión de antiguos alumnos, me pregunto el motivo por el que esperé y esperé hasta la oportunidad adecuada o la mujer perfecta para acabar entre el silencio "asolterado" de la única vivienda que creí poder pagar, y aún no estoy seguro de nada mientras sigo pensando continuamente si el nuevo próximo paso puede o no puede ser el correcto. Es lo mismo que intentar bailar tras haber memorizado los pasos: un ridículo con gestos de pato mareado.

Arvydas Sabonis, pivot ruso ya lesionado al llegar a la NBA y con más de 30 años, triunfó entre ese baloncesto de saltarines y atletas porque, sencillamente, era mucho más listo. En ese caso la diferencia suponía algo abismal. Sin embargo es un caso excepcional que casi reside en una anécdota histórica porque hemos aprendido a sobrevalorar ciertas actitudes irracionales que en algunos casos son casi animales. Un "valiente" que pone en riesgo su vida bajando por las escarpadas laderas nevadas sobre una tabla. Un "deportista" que tiene el coraje de ponerse sobre dos ruedas a más de 300km/h rozando el suelo con las rodillas. En el fondo lo que admiramos es el desprecio a matarse, casi como el que cree que un kamikaze es un patriota. En realidad, aún sabiendo que su primera mujer y él no encajaban en absoluto, que no estaba preparado para educar a nadie, que esa era una hipoteca imposible, hay una parte de envidia por no ser yo, por no haber vivido esa experiencia y poder contarla como la cuenta él mismo, henchido de orgullo por no tener que arrepentirse de lo que no ha hecho, que es lo que me pasa a mi cuando miro hacia atrás en mi vida.

-¿Donde te ves dentro de un par de años?

Pensando.
Esa es la respuesta de un cobarde.

En un ático de una gran ciudad con un deportivo en el garaje, dos niños preciosos y una mujer estupenda, brillante e inteligente.
Esa es la respuesta de un gilipollas.

Ahí está la duda, que en el medio reside la virtud pero no es la respuesta satisfactoria.

Pd1: Para eso existen los entrenadores, los coroneles y quien acompaña en algunos viajes: para salir de la cobardía y parar, aprender a parar, antes de la gilipollez, como un deportista que sabe cuando retirarse.

Pd2: Siempre que pensé, que amé o que soñé encontré en algún hueco una posibilidad de fracaso que me dejó en vela mirando cómo la perdía mientras mis pensamientos los llevaban a cabo, mucho peor, osados inconscientes que viven la vida que yo no me atreví a tener.

Pd3: Será que no es el momento. Aún.

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