15 de enero de 2015

Pepito Grillo, la divina comedia y la privacidad.

En la divina comedia, sobre el dintel de la puerta, se lee "Oh vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza". Es un limbo entre el cielo y el infierno, un lugar donde residen "las tristes almas de aquellos que vivieron sin merecer alabanzas ni vituperio, confundidas entre el perverso coro de los ángeles que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino que solo vivieron para si".

Ayer al recuperar la copia de seguridad de mi cuenta de Google descubrí, con la quietud de las mejillas del barquero de las lívidas lagunas, que las contraseñas de las wifi que utilizo también están en los servidores de aquella empresa que tiene a bien ser del mal, como una contraposición de marketing, como un impuesto no pagado, como un contrato que haya cedido mi alma, como Fausto, como Mefistófeles.

Descubro que en mi facebook aparecen anuncios de la marca y modelo de coche que está buscando un compañero de trabajo y que, de una forma entrecortada, aún me intenta vender alguna página la última actuación en directo del grupo favorito de una novia con la que hace años que no me hablo. Es mucho más dificil retirarse de la cama de alguien a quien se quiso que de la publicidad orientada de internet. "A mi novia"- me dice un compañero- "le aparecen anuncios de solteras en su ciudad cada vez que nos enfadamos y me resguardo, como una infidelidad a medias, en el porno por abandono". Entonces pone cara de informático abandonado y dice "ni siquiera hay tres grados de separación entre una cosa y otra. A Google le da igual mi estabilidad sentimental."

Cuando alguna persona se presenta a un casting para un reality lo primero que hace es firmar un documento por el que cede su vida a una cadena de televisión. Ni siquiera sabe si va a ser elegido pero ya ha vendido cada paso que dé hasta la cancelación del mismo. Ha vendido sus palabras, su opinión y su posible escarnio público. En el momento de la firma estaba convencido de la fama, de la relevancia social, de hacerse una portada de Interviú. En el momento de la firma, cuando el notario empieza a leer con ese tono machante, aburrido e inteligible las claúsulas, se piensa en la decoración del piso o en el viaje a Punta Cana. Se piensa en la calma de la recompensa pero nunca en arder en el infierno. Apple no inventó el teléfono pero sí que lo hizo con los términos de acuerdo de más de 10 páginas. Google solamente le copió y no me estoy refiriendo al entorno gráfico porque eso es de un tipo pobre que hizo Unix pensando en el software libre. Un paso después vino ese momento en el que te pregunta si quieres aceptar los términos pero ya no hay pestaña para decir que no.

En algún blog tecnológico leo que las contraseñas de mi wifi las utiliza Google para comerciar con los servicios secretos de los países y no para que sus fundadores puedan conectarse sin pagar en cualquier lugar del mundo, que es para lo que usaría esa información un melindroso usuario de calle. Si le preguntamos a los responsables de prensa nos dirán que esa información y ese gasto en servidores y en discos duros es algo que se hace por la comodidad del usuario, por la sencillez y la practicidad, por favorcer "la experiencia de uso". Dirán que, además, eso es algo que se hace gratis porque hace tiempo que se asocia "gratis" a "sin desembolso económico" aunque dicho así es obvio que no es verdad. Con las nuevas versiones de Google viene de serie el Google Fit que, sin tener que pagar dinero, nos dice si estamos sanos, si andamos, si vamos en bicicleta o en coche o si hemos dormido las suficientes horas. Nos saca estadísticas maravillosas sobre los pasitos que hemos dado y las calorías consumidas. Deduce, con unos algoritmos de tercero de primaria, que si el teléfono está varias noches en el mismo lugar es que aquella es nuestra casa, que si nos movemos a una determinada velocidad es que tenemos un vehículo y que si paseamos por calles con tiendas es que vamos de compras. Cruza los datos con nuestra cuenta de gmail y sabe si la consultamos desde otro equipo, por lo que ya conoce que tenemos un ordenador y también es capaz de saber el sistema operativo que tiene, por lo que adivina el tiempo que hace que lo hemos comprado y, casi por consecuencia, se aproxima a nuestro poder adquisitivo y así puede ofrecernos productos más caros o adecuados al arquetipo que ha generado de nosotros.

Hace unos años, hablando entre copas con un amigo sobre la posibilidad de hacer una aplicación móvil, comenté que podíamos acaparar todos los datos del teléfono. Sacar conclusiones de uso. "Si se llama mucho a un contacto determinado podemos considerar que es su pareja y si deja de llamar es que han roto. En algún momento, como pasa con muchos humanos, intentará volver a saber de esa persona y es ahí cuando la aplicación saltará con un mensaje que diga: Parece que quieres llamar a tu ex. No lo hagas". Entonces nos reímos. Le dije que si el móvil se movía a altas horas de la madrugada pero ya sabemos que suele ir a trabajar a las 8 y que si la posición gps lo situaba cerca de bares podíamos sacar un mensaje que dijera "Deja de beber y vete a casa, que mañana trabajas". En realidad pensaba en una aplicación que supiera todo del usuario y, con esos datos, convertirse en el amigo puñetero que le dijera lo que no quiere oir pero fuera una especie de conciencia cibernética. Decidimos que la aplicación se llamaría "Pepito Grillo" pero también pensamos que nadie querría pagar para que le estuvieran señalando con el dedo a todas horas. Menos aún aceptar, en nuestro contrato de condiciones de dos líneas, que nos quedábamos todos sus datos con el fin de joderle.

Estábamos equivocados: La nueva tecnología lo hace y nadie se preocupa por ello. Es gratis.

"A partir de aquí, abandonad toda esperanza" debería de poner al configurar una conexión a internet, una cuenta de gmail o un teléfono.

"Pepito Grillo, la app" existe, pero sólo se usa para vender tu alma mientras te dice que todo es maravilloso.

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