4 de enero de 2015

Jackie, los no humanos y los deseos de reyes.

Jackie dijo, justo cuando se casaba con Kennedy: "al casarme con John sabia que experimentaría la decepción y el desamor, pero sabía que el desamor merecía el dolor". Visto así es la manera de aceptar una derrota pero, claro está, como primera dama de los EEUU de los 60. Era la esposa de un semidios cobarde y automatizado, presidente detrás de la valla publicitaria que era su imagen. Al fin y al cabo quizá es la primera prueba de que el marketing moderno lo puede todo.

John era inseguro, inmaduro, infantil y guapo. Era un experimento de su padre para ser presidente de EEUU, y salió bien. Al final, con un tiro en la cabeza, es el gran mártir del siglo XX. Es blanco, es poderoso, es rico y murió joven y en su gran momento que es como mueren las estrellas. A su lado, recogiendo pedazos de su cráneo sobre el Lincoln del 61 descapotable, Jackie manchaba su vestido con la sangre del presidente y el contacto de Onassis ya en su agenda. Marilyn estaba muerta y Mary Meyer murió en extrañas circunstancias un año después sin que nadie aceptara que John se sentía tan solo y tan abandonado en la cúspide del mundo que la agenda infinita de sus amantes era la prueba inexcusable de su miedo a sentirse solo cada noche. No era apetito sexual, era miedo. Viene a ser como robar para comer, que es un delito pero tiene un atenuante. A veces la soledad es un atenuante. A veces, solo a veces, porque el origen de ese miedo es no aceptar nuestro propio infierno o nuestra propia decepción. Ser un estúpido y no saberlo es casi una excusa aunque, como la ley, el no conocimiento de la misma no exime de su cumplimiento. Nadie dijo jamás si John era consciente de su incapacidad personal. Jackie afirmó una vez, al oirle decir que ella era una gran mujer de la que esperaba que algún día tuviera conciencia política, que esperaba que su marido, ese gran político, algún día tuviera conciencia familiar.

Sin embargo representaban como ningún otro lo que se suponía que eran los valores familiares de la época. "La familia real americana" les llegaron a llamar cada vez que se les veía ir a misa después de algún truculento episodio interno. Hoy en día se ve con la perspectiva que dan 50 años pero entonces, sumergidos en la vorágine publicitaria que controlaba como nadie Edgar Hoover, suponían una aspiración de la clase media y ha sido esa imagen casi bucólica la que parejas como Rainiero y Grace o Lady Di y Enrique de Gales han deseado imitar. Todos frustradamente. Todos, como un matrimonio que se rompe al ver la incapacidad de ser la mitad de lo que soñó en su noche de bodas, abruptamente derrotados por la realidad, sajados por el cuchillo de no haber tenido en cuenta el poder de sus miedos y taparlos con los analgésicos que tiene la vida moderna en vez de ponerlos en la balanza de la verdad.
Así que, sistemáticamente como espectadores a través de la televisión, varias generaciones han querido llegar a sus sueños sencillamente porque nos los vendieron como posibles. Quizá no es ser presidente y primera dama, quizá no es ganar un concurso en televisión pero siempre hay un componente de ilusión y magia, como la mañana en la que aparecen los regalos tras pasar los reyes. El problema está en lo que se desea porque puede que no se convierta en realidad y es entonces cuando, con un rifle de mira telescópica, algo despliega el drama por la confortable tapicería del coche.

Quiero pensar que el los 60 se aspiraba a salir adelante con pequeños pasos que incorporara a cada uno la idea de ser un poco más de la clase media, que en los 70 se miraba con ojos de conquistador a las playas de Levante, casi como si fueran la Punta Cana de la época. En los 80 se pedía riqueza, quizá ya desorbitada, porque queríamos más que la vulgar recién lograda clase media y a finales de los 90, con las hipotecas y los créditos a modo de esos pesos que se ponen algunos jugadores de baloncesto en los tobillos para entrenar, se pedía todo para todos como si la ejecución de los sueños fuera un derecho constitucional de obligado cumplimiento. Y se nos rompieron los tobillos de tanto apretar el acelerador en nuestro coche alemán.

Ahora, quizá, los deseos están rotos. En la carta a los reyes magos de una parte está la súplica de volver a ser lo que éramos y la promesa de volver a portarnos bien. En la carta de otra parte está la exigencia a los reyes de devolvernos lo que creemos que nos robaron y la amenaza portarnos mal de verdad, como si eso fuera posible, como si fuera una rabieta cuando nos han quitado el juguete que no nos pertenecía o que nos dijeron que podía ser nuestro pero no recordamos el precio que no quisimos pagar, porque nada fue ni es  gratis. No se ha ganado nada sólo por existir. Ningún atleta obtuvo una medalla solamente por ir a las olimpiadas.

Cuando empieza el 2015 hay dos mundos dentro del nuestro. En uno bajamos del avión presidencial con un vestido impecable al lado de nuestro presidente, amante, padre y compañero. En otro nos refugiamos en un armador griego mientras él se abriga con una actriz antes de decidir qué hacer con la crisis de los misiles en las aguas de Cuba. En uno volvemos a dejarnos llevar por la publicidad y los sueños. En otro nos escondemos de nosotros mismos. Jackie redecoró la Casa Blanca. John pedía a los servicios secretos que le trajeran a prostitutas a su hotel y consumía anfetaminas para subsanar los dolores de las enfermedades que le castigaban y que nunca se hicieron públicas. El presidente y la primera dama han de parecer perfectos y no humanos. Al fin y al cabo representan la aspiración del ser humano en dejar de serlo por mucho que eso mismo nos obligue a renegar de lo que somos.

Conozco a alguna mujer que se cambiaría por Jackie sin dudarlo porque si algo ha hecho nuestra sociedad es eliminar todas las variables que no nos agradan en la ecuación de nuestros deseos. Camisas baratas sin mano de obra infantil. Servicios sociales gratuítos sin impuestos. Amor incondicional sin cariño a cambio. Y, por supuesto, regalos de reyes sin habernos portado bien y ni siquiera haber pedido perdón, ni siquiera haber reconocido los pequeños errores e incongruencias que cometemos cada día.

Probablemente si Jackie y John se hubieran parado a aceptar su condición humana esa experimentación de la decepción y el desamor no hubiera terminado de una manera tan trágica o, al menos, con ese decorado tan turbio. No hay tanta diferencia entre esa familia, la política, las empresas, los países, las aficiones deportivas, la cultura, la tecnología, tú y yo. En realidad esto es una carta a los reyes disfrazada de metáfora histórica.

Lo que pido, y eso sí que es mágico, son las herramientas para aprender a vivir con nosotros mismos, con todas nuestras variables. Hasta esas que no nos gustan. Dejar de perseguir sueños no humanos para vivir juntos como personas.

Que os lo traigan los reyes.

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