20 de enero de 2015

Consuelo de tontos, predisposición de muchos.

Por alguna razón la predisposición, como el acto de visualizar la molécula en el principio de indeterminación de Heissenberg, siempre afecta al resultado global. Los años 80, enfebrecidos por la posibilidad de ser todo aquello que nos prupusiéramos, derivaron en una generación de atrevidos desaprensivos que cambiaron la faz del mundo. El principio del siglo XXI ha llevado hasta los megáfonos de la sociedad a hordas de quejicas, de conspiranoides, de silogistas convencidos de la partida perdida contra el sistema. Son todos los que hablan de los desmanes de los poderosos y de los maltratos animales. Son los que buscan maquiavélicas artimañas en el precio del pan o en el motivo por el que un médico hace más tactos rectales que la media ponderada de la unión europea. Son gritones, quejicas y no disparan en una sola dirección porque entonces se les supondría criterio. Disparan ráfagas como quien aprieta el gatillo de una ametralladora y pierde el control con el retroceso, como un dibujo animado gore.

En los años 30 se hizo un estudio sobre la forma que tenían de pensar los habitantes de Uzbekistán. Se llegó a la conclusión de que las personas analizadas respondían a los diferentes dilemas a base de aquello que conocían y resultaban incapaces de llegar a más, aunque la pregunta fuera obvia. Cada persona tiende a actuar y a responder según las ideas y experiencias que posee. La educación, como elemento sustitutivo de todas las experiencias a las que no podemos tener acceso, puede mitigar o acercar las respuestas a la verdad pero la educación, como elemento controlador de la sociedad del futuro, siempre es una mercancía interesada por todos aquellos que creen tener cotas de poder. Independientemente de ello es el baúl que llevamos con nosotros el responsable de nuestra actitud, nuestra estupidez o nuestra valentía. Tuve que justificarme mil veces porque ella estaba acostumbrada a que la traicionaran y, por defecto, llegué a su cama con el cartel de traidor. Al final me convenció de ser un traidor, como todos. Me traicionó de forma preventiva y me convenció, de forma cautelar, de ser incapaz, inmaduro y pueril. Y lo demostró como se demuestran las conspiraciones que es con mucho drama, palabras grandilocuentes y grandes despedidas. Ahora, convencido de que más tarde o más temprano desgarraré el alma de quien confíe en mi, salgo por las ventanas.

No es valida en ningún caso la utilidad mística de creerse capaz de todo, porque eso es imposible. Tampoco es válido el extremo contrario, porque algo nos quedará que merezca la pena, aunque sea jugar a la petanca. Mi psicólogo insistía en que tenemos un lugar donde nos sentimos cómodos, casi como si fuera una zona de confort o un espacio en el que nos sentimos resguardados. Nuestra forma de protegernos es llegando a ese lugar. Para unos es jugar al mus, para otros llevar la conversación a un punto en el que domine la argumentación. Para la mayoría es defender lo socialmente correcto que es, como en Uzbekistán, lo que comprende la manera que han tenido de sobrevivir hasta ahora. Es la forma de sobrevivir la que nos va marcando como si nuestras acciones fueran una explicación de la selección natural aplicada al comportamiento social. El problema está en que las mismas acciones llevan a un mismo resultado y realizar acciones nuevas producen el vértigo de lo desconocido. Quejarse o apostar por el fracaso es una manera segura de perder cuando creer en algún tipo de triunfo no da la certeza de ganar.

Así que viviendo en un entorno de perdedores lo más común es volver a perder y el problema aparece cuando no gana nadie. Consuelo de tontos, predisposición de muchos.

Los cantantes tristes siempre están solteros y se acercan a quienes les van a abandonar. En realidad buscan una nueva canción, pero no lo saben. Cuando componen algo feliz les sale mierda. Cuando un humorista se pone serio no le interesa a los demás. Cuando nos convencieron de ser marionetas nos lo creímos.

Es muy complicado escapar de lo que, por una u otra razón, nos tiene convencidos y menos sin soltar los puntos de sutura.

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