7 de junio de 2014

Gilipollas de la tercera edad

Una de las cosas que tiene envejecer es asumir, casi como una imposición gubernamental, que hay cosas que ya no se pueden hacer. Esto, desafortunadamente, es independiente de la manera en la que se envejezca. Se puede envejecer mal como el rey o como Mazinger Z. Se puede envejecer con glamour o con categoria como Nick Nolte o como Elle McPerson. En realidad el problema a la hora de envejecer no es la tos o los dolores musculares, ni siquiera son las patas de gallo, el tímido clarear de la piel o pasarse por el arco del triunfo la moda de ese verano en cuestión de complementos. El problema es negarse y convertirse en un gilipollas.

Gilipollas es el tipo que, camisa abierta y copazo en mano, babea como un estúpido creyendo que aún tiene 25 años. Es el mismo tipo que se ha comprado un deportivo para hacer tronar su tubo de escape en medio de la zona de bares de la ciudad en cuestión. Es el de las gafas grandes en las que me veo reflejado o el que manda un whatsapp con una tontería que estaba carente de gracia en el 2010. Es, para ser más exactos, el gordo hediondo que pidió asesoramiento informático (ayer) para poder poner fotos de chicos guapos en badoo y, así, verles el culillo a dos docenas de sudamericanas adolescentes.

Gilipollas es la señora que se pone unos leggins de leopardo, al estilo push up, para sacar a uno de esos perros pequeños que, estoy seguro, gimen en el aire cuando les das una patada. Es la que dice en el supermercado que se tiene que ir a Cuba a pillarse un negro como si fueran carnaza sexual para insatisfechas de la tercera edad. Es la que va pintada a la playa haciendo un top less infame, la escotada madre de familia separada que se empeña en comportarse como la menor de sus hijas adolescentes, la que lleva pamela a los actos sociales de poca importancia y la que espera, un segundo, a que la miren cuando baja del autobús con las bolsas reutilizadas de la frutería.

En realidad son todos aquellos que han sido incapaces de asumir sus nuevas limitaciones o las limitaciones adquiridas con el tiempo.

Es cierto que hemos aprendido a menospreciar a los adultos de la misma manera en la que los niños han descubierto que la wikipedia es más sabia que sus padres. Lógicamente eso ha generado un vórtice que ha llevado a más de uno a una espiral de insustancialidad. Ser el adolescente eterno es una imposiblidad, trasnochar con más de 35 es un ejercicio físico complejo y encontrar una satisfacción al descubrir que se hacen las cosas que hacían nuestros padres cuando éramos mayores es casi el final de una terapia cara.

No es ilógico que en medio de esa necesidad de vivir con mútiples goces, un millón de amigos, capacidad sexual infinita y juventud eterna, se desprecie la verdad cuando la verdad es que somos viejos, que nos duele la espalda y que esa camiseta, ese corte de pelo, esa modernidad o esa actitud nos convierte en gilipollas.

Gilipollas de la tercera edad. A saber: un poco después de la adolescencia que acaba a los 35. Antes de jubilarse. Las edades se alargan y se estrechan. Será cosa de la viagra y los antiestamínicos.

Me voy a hacer deporte y hacer el ridículo en porcentajes variables.

3 comentarios:

  1. Ya.
    No todos los viejos son sabios.
    Pero son infinitamente mucho más gilipollas toda esa cantidad de jóvenes que no hacen nada, llenos de hastío y desgana, que han encumbrado a la pereza como una virtud.

    Son, Modestia Aparte, cosas de la edad. Gracias por recordarlo.

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  2. Te equivocas. La gilipollez no entiende de edades, ni de razas, ni de sexos. el que es gilipollas simplemente lo es. Y el porcentaje de estupidez es el mismo en casi todas las franjas, y en las horarias, tambien.

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