11 de junio de 2014

El dinero, el coche compartido y yo.

"El dinero es una cosa muy mala"- dice, a veces, mi madre.

La verdad es que existen dichos populares con grandes dosis de razón, no sé, quizá eso de que no hay que dejar el coche, la novia o dinero a un amigo porque se pierde al amigo y lo que se le deja. Quizá existe, debajo de todo, la tendencia a que haya un componente mundano que lo arruine todo.

Hablamos de lo de los coches compartidos. Y cuando hablamos de los coches compartidos descubrimos que las páginas web que se usan hablan de contaminar menos, de hacer amigos, de ser solidarios o de ser modernos pero, debajo de todo, hay una pequeña transacción económica y es ésto lo que parece que lo estigmatiza.

Yo he compartido mi coche y bastantes veces. Existen viajes que me he aburrido de hacer solo y, una vez, decidí probar. Mi primera vez llevé a una chica de Bilbao a Madrid y tuve el temor tan natural de no saber lo que iba a suceder. Había quedado cerca del ayuntamiento y no disponía de más datos. Así que paré y esperé. Por una calle aparecieron un grupo de punkys con sus correspondientes perros y sus adheridos porros. Mucho chandal gastado y bastante ropa oscura. Vinieron hacia mi. La metralleta de mi cerebro que lanzó cien millones de mensajes de alarma, cien millones de arquetipos y, sin embargo, aguanté como un campeón. Entonces, del grupo, una chica se despidió de todos y de algún perro. Cogió una mochila, se separó el pelo a la zona de la cabeza que no estaba afeitada y vino hacia mí. Se presentó y partimos de viaje. Sucedió como lo que sucede con los arquetipos: que sorprendentemente no son verdad. Dos carreras, bastante más culta que yo, una conversadora intachable y logramos estar casi cuatro horas con una conversación de nivel sobre Friedrich Wilhelm Nietzsche y su manera de pensar en la sociedad caótica y moderna actual.

Después he llevado a adolescentes, a madres con sus hijos (que vomitan), a una abuela, a parejas de viajeros e incluso a un tipo que estaba haciendo una mudanza de vida entre una ciudad y otra. Creo que una vez dos mujeres iniciaron una relación sentimental en el asiento trasero porque, al llegar y sin que estuviera previsto en un principio, se bajaron juntas y se fueron a casa de una.

Y en todas las ocasiones, como ponen las normas, cobré. Eso de cobrar es lo que parece que es un delito.

En realidad yo no me siento un delincuente y, probablemente, no lo sea. Sin embargo también sé que, al haber dinero de por medio, más de uno utiliza esta plataforma como una manera de hacer negocio al estilo español,  que es en B. Sé que más de un transportista acumula viajeros como quien acumula inmigrantes ilegales en la frontera de México, que les hacina junto a los paquetes en las furgonetas y de esa forma se saca un extra. Sé, porque alguno de mis pasajeros me lo han contado, que hay personas que organizan viajes casi como si se tratara de una línea regular donde hacen la gestión y subcontratan a personal en paro con coche y forma de conductor para llevarse una tajada. Eso, sinceramente, empieza a ser un delito.

Así que las líneas regulares de transporte de viajeros se han enfadado y el gobierno ha decidido que, de una manera u otra, tiene que dar un toque de atención priorizando a los profesionales del sector. Así que hay que saber que si la policía intuye que estás haciendo negocio con tu coche te pueden meter 600€ de multa. En Francia se pagan impuestos y en España se supone que terminará igual.

Estoy absolutamente convencido que si el uso de este servicio fuera en todos los casos honesto y siguiera las líneas de solidaridad y ecología que promulga no sería posible ningún debate, multas o leyes. Terminaría siendo lo que fue. Pero, como cada vez que hay dinero por medio y de la misma forma que algunas ONG se convirtieron en fraudes perjudicando a la mayoría honesta, hay que joder a todos por la miserable actitud de unos pocos que pensaron que era un negocio libre de cotización y de responsabilidad, el far west del transporte de viajeros hipsters.

Ahora algunos se enfadan por lo de que el gobierno meta mano en otro sitio que creíamos nuestro, moderno, barato y molón.

Y es que el dinero es una cosa muy mala.

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