-Padre... ¿Por qué mató a madre?
-Porque era muy mala.
Definitivamente vivimos en el país de las excusas. "Era muy mala", "La herencia recibida nos ha obligado a hacer esto", "Estaba drogado" e incluso el abogado de la tonadillera dijo que "las hormonas le impidieron ver la verdad" y tuvo el atrevimiento de citar a Ortega y Gasset.
"No me acuerdo"- "No me consta"
Aquí con una excusa se tapa todo. "Me sentí muy sola"- me dijeron una vez. "Así que era capaz de follarme a cualquiera". Y yo entendí, por un momento de estupefacción, que casi era mi culpa. Que era yo quien había llamado, seguido el juego, invitado a casa, abierto las piernas y puesto la boca con forma de redondel. Después, pensándolo friamente, no encontré gran diferencia entre eso y lo de Ortega y Gasset, aunque era más de Houellebecq. El caso es encontrar una excusa de esas que puede lanzar la responsabilidad sobre otro para quitarse la carga de encima como quien se arranca un pecado a base de confesiones.
Ni siquiera vivimos en una época de excusas coherentes, de elaborados discursos que pudieran cuajar dentro de la verdad. Cualquier cosa nos vale. Un momento de ofuscación, un tremendo pago a hacienda, un plazo de la hipoteca a destiempo, unas condiciones de uso no leídas o una estupidez. Hace poco una chica murió al hacerse un selfie conduciendo, en Jaen un chico murió al intentar subirse a un tren para hacerse otro selfie y ambas familias creerán que fue porque las autofotos matan, que las redes sociales mataron a sus hijos. Ninguno, estoy seguro, admite que murieron por gilipollas, como los nominados a los premios Darwin, como los reyes del balconing que ya tienen sus reservas para este verano.
Las adolescentes borrachas llegan a casa con los ojos idos y saben que pueden contar que tuvieron "un bajón de azúcar" pero nunca, jamás, admitir la verdad. Nosotros contábamos que una cerveza con la que nos mojamos los labios nos ofuscó, como al torero. Estoy seguro que piensa que aquellos primeros besos ajenos a cualquier logística no se repitieron porque no dí ningún paso aunque jamás me volvió a invitar donde nunca estuve pero la culpa, cuando se pregunta sobre si estaré vivo o muerto como quien aparece después de un viaje, será mía. Y yo, diciendo esto, la hago suya.
"Me quedé sin batería", "Había mala cobertura", "No lo oí porque estaba en la ducha", "Nunca me llegó el mensaje"
Por alguna razón existe un miedo infinito a decir la verdad porque nos aterra reconocer nuestros errores o nuestras miserias. "Sé que soy un cabrón". "Me equivoqué". "Perdón". Son frases que, con sinceridad cristalina, no suenan nunca. A veces porque cuando alguien se equivoca se estigmatiza, se convierte en un mataperros, como el refrán. Una vez no me quisieron más porque iba a volver a cometer los errores de antaño, y sin perro. Nunca valieron los perdones ni las verdades, sólo los antecedentes ante los que nunca encontré razón ni disculpa. Eso me perdió.
Cuando mi madre intuía que había parido a un despojo sentimental tuvo la necesidad de presentarme a alguna hija de sus amigas. Ni siquiera recuerdo el nombre. Vivía cerca de casa y yo, con mis 18, bajé a conocer a aquella chica. Volví pronto. "¿Qué tal?"- me preguntó con los ojos abiertos. "Mamá... no es por nada pero esa chica es..."- y ella me interrumpió con un "Robusta". Yo no me atreví a decir que era gorda, enorme incluso, pero lo era. "Es que su madre hace unos pasteles muy ricos"-me dijo. La culpa siempre es de otro.
"Lo siento"- es una de mis frases de las primeras veces- "me pongo muy nervioso". Luego pongo cara de niño desnudo por primera vez y lo que sucede, en realidad, es que estoy pensando si acaso quiero estar ahí o salir corriendo (por pies) para no defraudar o enamorarme.
Probablemente hemos aprendido que la verdad, en vez de hacernos libres, nos ata a nuestros errores.(Y eso es culpa de los demás)
Probablemente hemos admitido las normas de un juego en el que aceptamos que hay excusas para todo aunque sea inmoral, imperdonable, indecente, fútil o sea simplemente un retraso a la hora de llegar o de llegar tarde. Incluso, a veces, no llegar.
Se nos ha ido de las manos porque creemos que nos ponen excusas donde no las hay y las ponemos donde no deben de estar. Se nos ha ido de las manos porque muchas de esas excusas nos las hemos creído, que es lo peor que se puede hacer con un artificio mental. Sucede todas las veces en las que la culpa de algo que es nuestro (en porcentajes aceptables) pasa de dentro a estar fuera y, así, no tenemos que preocuparnos de mirar en ese pozo interior que tanto nos asusta, en esa incapacidad humana que es parte de nuestra característica.
Aunque sea muy mala. Por eso la matamos lanzando los cadáveres a la cara de otros o la disfrazamos con la careta de las circunstancias.
Tengo que pasar la ITV de la moto. No tengo plaza en Oklahoma.
-Porque era muy mala.
Definitivamente vivimos en el país de las excusas. "Era muy mala", "La herencia recibida nos ha obligado a hacer esto", "Estaba drogado" e incluso el abogado de la tonadillera dijo que "las hormonas le impidieron ver la verdad" y tuvo el atrevimiento de citar a Ortega y Gasset.
"No me acuerdo"- "No me consta"
Aquí con una excusa se tapa todo. "Me sentí muy sola"- me dijeron una vez. "Así que era capaz de follarme a cualquiera". Y yo entendí, por un momento de estupefacción, que casi era mi culpa. Que era yo quien había llamado, seguido el juego, invitado a casa, abierto las piernas y puesto la boca con forma de redondel. Después, pensándolo friamente, no encontré gran diferencia entre eso y lo de Ortega y Gasset, aunque era más de Houellebecq. El caso es encontrar una excusa de esas que puede lanzar la responsabilidad sobre otro para quitarse la carga de encima como quien se arranca un pecado a base de confesiones.
Ni siquiera vivimos en una época de excusas coherentes, de elaborados discursos que pudieran cuajar dentro de la verdad. Cualquier cosa nos vale. Un momento de ofuscación, un tremendo pago a hacienda, un plazo de la hipoteca a destiempo, unas condiciones de uso no leídas o una estupidez. Hace poco una chica murió al hacerse un selfie conduciendo, en Jaen un chico murió al intentar subirse a un tren para hacerse otro selfie y ambas familias creerán que fue porque las autofotos matan, que las redes sociales mataron a sus hijos. Ninguno, estoy seguro, admite que murieron por gilipollas, como los nominados a los premios Darwin, como los reyes del balconing que ya tienen sus reservas para este verano.
Las adolescentes borrachas llegan a casa con los ojos idos y saben que pueden contar que tuvieron "un bajón de azúcar" pero nunca, jamás, admitir la verdad. Nosotros contábamos que una cerveza con la que nos mojamos los labios nos ofuscó, como al torero. Estoy seguro que piensa que aquellos primeros besos ajenos a cualquier logística no se repitieron porque no dí ningún paso aunque jamás me volvió a invitar donde nunca estuve pero la culpa, cuando se pregunta sobre si estaré vivo o muerto como quien aparece después de un viaje, será mía. Y yo, diciendo esto, la hago suya.
"Me quedé sin batería", "Había mala cobertura", "No lo oí porque estaba en la ducha", "Nunca me llegó el mensaje"
Por alguna razón existe un miedo infinito a decir la verdad porque nos aterra reconocer nuestros errores o nuestras miserias. "Sé que soy un cabrón". "Me equivoqué". "Perdón". Son frases que, con sinceridad cristalina, no suenan nunca. A veces porque cuando alguien se equivoca se estigmatiza, se convierte en un mataperros, como el refrán. Una vez no me quisieron más porque iba a volver a cometer los errores de antaño, y sin perro. Nunca valieron los perdones ni las verdades, sólo los antecedentes ante los que nunca encontré razón ni disculpa. Eso me perdió.
Cuando mi madre intuía que había parido a un despojo sentimental tuvo la necesidad de presentarme a alguna hija de sus amigas. Ni siquiera recuerdo el nombre. Vivía cerca de casa y yo, con mis 18, bajé a conocer a aquella chica. Volví pronto. "¿Qué tal?"- me preguntó con los ojos abiertos. "Mamá... no es por nada pero esa chica es..."- y ella me interrumpió con un "Robusta". Yo no me atreví a decir que era gorda, enorme incluso, pero lo era. "Es que su madre hace unos pasteles muy ricos"-me dijo. La culpa siempre es de otro.
"Lo siento"- es una de mis frases de las primeras veces- "me pongo muy nervioso". Luego pongo cara de niño desnudo por primera vez y lo que sucede, en realidad, es que estoy pensando si acaso quiero estar ahí o salir corriendo (por pies) para no defraudar o enamorarme.
Probablemente hemos aprendido que la verdad, en vez de hacernos libres, nos ata a nuestros errores.(Y eso es culpa de los demás)
Probablemente hemos admitido las normas de un juego en el que aceptamos que hay excusas para todo aunque sea inmoral, imperdonable, indecente, fútil o sea simplemente un retraso a la hora de llegar o de llegar tarde. Incluso, a veces, no llegar.
Se nos ha ido de las manos porque creemos que nos ponen excusas donde no las hay y las ponemos donde no deben de estar. Se nos ha ido de las manos porque muchas de esas excusas nos las hemos creído, que es lo peor que se puede hacer con un artificio mental. Sucede todas las veces en las que la culpa de algo que es nuestro (en porcentajes aceptables) pasa de dentro a estar fuera y, así, no tenemos que preocuparnos de mirar en ese pozo interior que tanto nos asusta, en esa incapacidad humana que es parte de nuestra característica.
Aunque sea muy mala. Por eso la matamos lanzando los cadáveres a la cara de otros o la disfrazamos con la careta de las circunstancias.
Tengo que pasar la ITV de la moto. No tengo plaza en Oklahoma.
http://www.elcorreo.com/bizkaia/gente-estilo/201405/13/demandan-porsche-muerte-actor-20140513064925-rc.html pues eso, un buen ejemplo y noticia de hoy: demandan a Porsche porque el de fast and furious no es lógico que se matara sólo, que tenía que ser el coche
ResponderEliminarFrancamente acertado.
ResponderEliminarGracias, de nuevo.