21 de abril de 2014

Aral, la metáfora con forma de desierto.

A mediados de los 70, que ya pertenece a esa parte de la historia en el que el ser humano se creía por encima de naturaleza, los entes gubernamentales soviéticos decidieron que necesitaban algodón y para lograrlo se dispusieron a desviar un par de ríos con el fin de regar los campos. En algún momento alguien se percató que aquello acabaría con el Mar de Aral y, como un administrador de males menores, la autoridad sentenció que aquel mar caería como un buen soldado en el frente para ayudar a ganar la batalla.

Ahora, unos pocos años después, no hay mar, no hay unión soviética y nadie quiere algodón.

En los años 50 Detroit era el centro del universo. Desde ahí, capitalizando el mundo en todas las facetas de la palabra, se creaba el gran sueño americano. Dos millones de soñadores poblaban sus calles y mientras uno tiraba para un lado y otro para el otro, la cuidad se murió siendo un espejismo en bancarrota que deja entrever los huesos del cadáver de la codicia y la globalización.

De la misma manera que los propietarios de las conserveras de Moynaq se hicieron ricos, los dueños de General Motors miran hacia otro lado cuando se les ponen las fotos de sus muertos sobre las mesas de cristal de sus despachos.

En realidad estos no son más que ejemplos extremos del siglo XX, que fue el siglo de los extremos. Un siglo en el que el fascismo creyó ser capaz de aniquilar al mundo, el capitalismo engañar al mundo y el comunismo en arruinar al mundo. Fue un siglo en el que los científicos descubrieron asustados que tenían en sus manos la capacidad de arrasar el planeta con unas cuantas bombas y un siglo en el que descubrimos que si queríamos podíamos ir a merendar a la luna.

Debajo de mi casa hay locales abandonados con maniquíes podridos por la luz del sol en el escaparate. En medio de las carreteras se amontonan prostíbulos arrasados con zapatos de tacón raídos y dispongo de grandes edificios "grafitados" que se reflejan sobre las aguas que una vez poblaron barcos que traían y llevaban sueños al otro lado del océano.

Nuestra historia, que se emociona con un trozo de sílex tallado en una cueva del Caúcaso, desprecia y arrincona los últimos fracasos o las últimas apuestas que salieron mal a los faraones de nuestros tiempos y, también hay que decirlo, las pirámides estaban edificadas sobre vergeles que ya no existen de la misma forma que algunas civilizaciones fueron devoradas por las selvas tropicales para que las encontrara la mismísima Lara Croft.

Cada vez que se hace una apuesta existe el riesgo de perder. El que no llora no mama. El que no juega no pierde. El que se cree por encima del bien y del mal deja uno o millones de cadáveres en cualquiera de sus variantes: carreteras que no llegan a ningún lugar, centrales nucleares sin acabar o reventadas, promociones urbanísticas como esqueletos, exilios e historias que hablan de lo que pudo ser. Y no fue.

Nadie tira los escombros.

En el casino de la vida no tiene por qué ganar la banca aunque la banca sea nacer, estudiar, enamorarse, procrear, enseñar, mejorar y morirse. Algunos van al rojo y les sale negro, como en el anuncio. Sin embargo también tenemos nuestros cadáveres y son mucho más imponentes según nos creemos con la capacidad de dominar la naturaleza porque no hay una gran diferencia entre lo que hace la sociedad como un gran monstruo global y lo que hacemos en cada uno de nuestros castillos. Cambia la escala. Hay un día en el que creemos poderlo casi todo. Podemos coger un avión al otro lado del mundo con un destructivo animal autóctono y dejarlo libre para arrasar Australia (como pasó con los conejos). Podemos atentar contra el primer ministro de Canadá y hacer tambalearse al mundo, matar a John Lennon para pasar a la historia, irnos a vivir a Cuenca, poner las fichas en la casilla de una persona que puede ser la equivocada o esperar, sin más, sin querer aprender y sin mirar las ruinas.

Suiza no se arruinó tanto porque decidió no entrar en conflictos de la misma manera que aquellos que se dejan llevar tienden a no perder o ganar como hacen los soñadores, los valientes, o los gilipollas que corren con la bandera delante de las filas enemigas hasta que les meten un tiro entre los ojos.

Una vez me contaron que en las regiones del centro de China existen grandes cráteres cerca de pueblos evacuados que rompen una belleza natural incomparable porque allí se probaron las bombas atómicas de Mao. No aparecen en los mapas y nadie habla de ello como un gran tabú, pero ahí están siendo responsables de la posición de aquella nación monstruosa en el mundo y también de malformaciones naturales y humanas indecentes.

Así que el algodón soviético, los coches americanos, las pirámides egipcias y el poder chino dejaron a su paso pequeño al caballo de Atila y, sin embargo, sustentan parte de ese poder artificial ante el que nos arrodillamos servilmente y no como Charlton Heston ante las ruinas de la estatua de la libertad, maldiciendo.

Algunos habitantes de lo que era la costa del Mar de Aral esperan (sin hacer nada) que vuelvan las aguas y los peces, la bonanza y los barcos que están podridos en el desierto que fueron sus corales. Otros se dejan consumir por el sol ajenos a cualquier esperanza. Todos son el tapete donde jugaron a los dados aquellos que se creyeron dioses. Quizá el resto de los planetas sean las fábricas desoladas de intentos fallidos por creadores superiores y nosotros sigamos el mismo patrón, pero con otra escala. Quizá, sencillamente, hemos aprendido a hacer antes que a pensar y se nos ha evaporado el mar.

Al fin y al cabo, el Mar de Aral es una metáfora con forma de desierto que habita en cada lugar donde reside el hombre moderno. Cada lugar es su monte, su fábrica, sus ríos, su casa, su alma, sus sueños o su corazón.

2 comentarios:

  1. Si un mar seco y una ciudad vacía por dentro son las metáforas del presente, los apóstoles del punk tenían razón, cuando apostaban por el "no future".

    En una realidad distópica, ¿la realidad para combinar dulces nos ayudará a sobrevivir al holocausto?

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  2. Se pueden contemplar los fracasos desde perspectivas distintas.

    https://www.youtube.com/watch?v=c5kmKO_gGsc&feature=youtube_gdata_player

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