Cuando creí dejar de ser un adolescente empecé a frecuentar un bar del bilbainísimo barrio de Deusto llamado "El Amarillo". Es de esos bares a los que el nombre les llega y no se les pone porque, originariamente, tenía la fachada pintada de ese color. Nos gustaba porque ponía canciones de Dylan y porque tenía una colección de vinilos (envueltos en sus fundas) junto a las botellas con la que nos soprendía con discos de Rosendo, con maravillas de Itoiz o con canciones de Neil Young. Ir a tomar unas cervezas ahí mientras el humo de apropiaba de todo era ser un gafapastas de finales de los 80.
Eran los años en los que nuestros padres, sometidos al crujir imposible de la reconversión industrial que llenaba las fachadas de la industrialización de hollín y de misería, se juntaban los fines de semana alrededor de los campos en los que algunos se embarraban intentando simular la entrada de Goiko a Maradona y otros queríamos ser Magic Johnson.
Quizá, tal y como sucedió de una manera global en Seattle, estábamos hartos de ver cómo nuestras familias parecía que se conformaban con el rol del "currito" en medio de una situación de desconsuelo de la que se salió de la misma manera que sale el sol por la mañana cuando se pasó del Seat 124 al Seat Ibiza, cuando las faldas de tablas se fueron diluyendo y las más atrevidas llevaban leggins con las fotos del SuperPop pegadas en las carpetas creyendo que Pedro Marín (buen artista y buen tipo) era su hombre perfecto.
Esta semana, casi como una rémora de aquel bar que sigue abierto, miles de personas han puesto en alguno de sus avatares una imagen en amarillo. Dicen que con eso representan su hartazgo. No salen a la calle. Vuelven a votar a los mismos. Se rinden ante los poderosos. Culpan a las grandes multinacionales. Gastan su tiempo viendo Tele5. Se quejan de lo poco que ganan y se preocupan de los perros abandonados y de los niños famélicos que salen en las noticias. Hablan de política y de justicia social. Han leído algo sobre una cosa que se llamaba dictadura y otra que se llamaba estado del bienestar. También han dado "me gusta" en anuncios falsos de smartphones que regalan y se les han colado unas toolbars después de pasar por seriesyonkis. Y es que "la cultura es cara" y por eso no hay que pagarla. De la misma manera que desaparecen artistas detrás de mostradores porque nadie les pagó por sus ideas se mueren las ideas porque nadie se encargó de defenderlas.
Es exactamente lo mismo que cuando se reunieron millones de firmas para liberar a J Assange pero nadie salió a la calle a rodear las embajadas. Parece que con firmar en change.org las cosas se solucionan o las conciencias se tranquilizan. Por muchas firmas que se reúnan para que a todos se nos pongan los huevos cuadrados... no pasará.
"Tu like no sirve para nada" decía la campaña premiada el año pasado y algunos se encargaban de repetir que internet es una medida de presión contra los gobiernos. Desafortunadamente hay una verdad absoluta y miserable: parece que sólamente te hacen caso cuando quemas un par de contenedores (o 100, si eres ucraniano) porque ya nadie hace mención a los caminos razonables que tiene la población para expresar su opinión o su hartazgo. Pero los hay.
Sin embargo de los años 80 hasta hace bien poco se lograron muchas cosas poco a poco. Se logró la democracia y se logró que comer fuera una necesidad prácticamente cubierta en el mundo moderno. Se logró acabar con los terrorismos y confiar, de soslayo, con los mecanismos democráticos. Casi se eliminaron barreras de sexo, religiones o de razas y es probable que también ayudamos a enseñar lo que es la solidaridad, aunque en tiempos de flaqueza se haya tapado con la ideología de ratas insolidarias que tienen algunos.
Yo no doy dinero para acallar mi conciencia. Tampoco pongo un cartel amarillo en ningún lugar. Salgo a la calle para defender reivindicaciones que considero justas. Llamo a amigos que lo están pasando mal porque se quedaron sin trabajo o les dejó la novia. Llevo ropa a asociaciones que me han demostrado que no la revenden sino que se usa. Leo la prensa y hasta los programas electorales con los que intentan engañarme. Soy tan tonto que pago impuestos creyendo que con ellos se paga a los médicos y a los profesores que me cuidarán a mi y a mis hijos Y reconozco que es agotador pero aprendí que cuando tienes un sueño hay que luchar por conseguirlo, Hay que hacer cosas para que pasen cosas y ser honesto, ser perseverante.
Porque si me quedo en mi casa con una camiseta amarilla la vida sigue pasando a mi alrededor y a la vida le da igual el color de mi ropa y de mi avatar.
Estoy harto, como la inmensa mayoría de los demás.
También estoy harto de los que, apaleados o aburridos, esperan con mala cara. Eso es el amarillo. También es un bar.
Curioso que menciones lo de Assange. Yo estuve bajo las 4 torres en Madrid, en la embajada inglesa.
ResponderEliminarAunque he de reconocer que era más una cuestión de curiosidad que de indignación, cosas del post-modernismo supongo.
Y desde luego que vi saciada mi curiosidad, pero porque aparecieron un grupo pequeño (unas 10 personas) de conspiranoicos del 11S que por lo visto buscaban manifestaciones pequeñas para aprovechar el tirón y hacer ruido. En este caso lo tenían fácil porque entre ellos y los otros tantos periodistas ya superaban en número a los asistentes, jeje.
Otra sensación graciosa fue al ver la cara de los periodistas preguntando que "quién convocaba" y buscando alguien con quien hablar, cosa que no tenía mucho sentido.
Saludos, y disculpas si me he salido mucho el tema.
Amarillo era un submarino.
ResponderEliminarY luego fue un tractor.
Formas de escapar de la realidad.
(Ahora entiendo los avatares que he visto)
Pues en mi pueblo dicen que no hay campo sin grillo ni hortera sin amarillo :-P
ResponderEliminarSaludos