Mi abuela, obsesionada con la delincuencia y el pleno conocimiento de la debilidad que carga la edad a las espaldas, salía a la calle con un cuidado extremo de tener bien agarrado el bolso para que, en un despiste o una tumbada motera, no se lo arrebatasen por el método del tirón. Dejaba la radio puesta al salir de casa para que pareciera habitada y se escondía los billetes entre las tetas como una gitana de toda la vida, aunque ahora las gitanas se guardan entre los pechos las camisetas del H&M.
El miedo a perder o el pavor a ser arrastrada por las circunstancias le hacía comportarse de esa manera tan habitual en la tercera edad. Aunque ya lo había logrado casi todo vivía con el miedo a perderlo. Daba igual que fuera un fondo a plazo fijo en el Banco Popular o las joyas que guardaba (textual) en una baldosa que estaba debajo de la nevera en su cocina, aquella donde me preparaba el café descafeinado con leche descremada y sacarina.
En "El método Grönholm" Jordi Galceran sitúa a un grupo de ejecutivos en medio de un proceso de selección para ganar aún más en esa empresa moderna y derrochadora que se llevaba a principios de siglo en todo el mundo. "Hoy en día"- decia Jordi en una entrevista hoy mismo- "en vez de poner a los personajes en medio de una lucha para pasar de ganar 5000 a 10000, debería de ponerlos en una lucha a muerte por un puesto en el turno de mañana de una frutería". Las cosas definitivamente han cambiado.
En realidad vivimos con el miedo clavado en el bulbo raquídeo de la cotidianeidad. Salimos a la calle pensando que tendremos un accidente con el coche, que habrá cerrado la empresa, que nuestra pareja se irá con un perroflauta molón de esos que llevan el ipad en una bandolera con la correa larga y que se nos olvidará la clave de la wifi. Todo son catástrofes y son estádísticamente posibles porque vemos a la gente conducir como locos, los bancos han dejado de financiar al tejido empresarial y ella puso "me gusta" en una gilipollez de ese tipo que parece una mezcla entre un diseñador de la semana de la moda de Madrid y un universitario de filología etrusca que se sabe todas las letras de Eels. Lo de la clave de la wifi, como diría mi madre, es por esa enfermedad del alemán: Alféizar.
Ya no jugamos a ser superhéroes. Nos hemos convertido en vulnerables.
Así que cuando salgo a la calle veo a las personas con la cabeza abajo sujetando sus bolsos como las adolescentes lo hacen con sus smartphones. Ya no pasa solamente en la tercera edad, quizá al contrario: los jubilados están tranquilos porque las hostias que les quedan por recibir son pocas.
El problema de sentirse vulnerable es que por miedo, por drama o por precaución... no hacemos nada. Encajamos.
Pd: Cantaban Los Piratas: "No te echaré de menos en septiembre (...) seré como el tipo que algún día fui"
El problema de sentirse vulnerable es que por miedo, por drama o por precaución... no hacemos nada. Encajamos.
Pd: Cantaban Los Piratas: "No te echaré de menos en septiembre (...) seré como el tipo que algún día fui"
Necesidad de protegernos del resto. Sea que nos haya sucedido o nos lo hayan contado, la alerta se mantiene en pie cada inicio de día. Y no solo vulnerables de perder lo material, sino también que no sean aceptadas nuestras ideas, apreciaciones y comentarios. Agarramos con fuerza lo accesorio, ocultamos o callamos por esa sensación de vulnerabilidad.
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