6 de agosto de 2013

Llaves, contactos, cartas y la acumulación compulsiva

Tengo los llaveros llenos de llaves. Dicho así parece una obviedad aunque la realidad es que de entre todas esas que van haciendo ruido y agujeros en el bolsillo derechos del pantalón, que es donde se me hacen a mi los agujeros de la misma forma que los desgastes son en la entrepierna debido a alguna malformación de la parte interior de mis muslos, de todas esas llaves uso un par. Las demás desconozco para qué las tengo.

Pero las tengo.

Guardo la llave de la casa de mi madre y la copia de la llave del buzón. Claro que mi madre hizo obra y cambió la puerta, me dió otra llave y la puse en su llavero correspondiente. No quité la antigua y ahora, cuando quiero quitarme peso, no recuerdo cual es la que no me hace falta. Así que, como un diógenes cualquiera, la guardo por si acaso. También tengo la llave del cuarto de calderas que me dieron en la reunión de vecinos del 2008. La junté con las demás para organizarla cuando subiera a mi casa pero discutí con la tontaina del tercero por la puerta del garaje y al volver dejé todo sobre la mesa del salón y nunca la quité. Tampoco he ido nunca al cuarto de calderas, pero quien sabe. Algún día tengo que hacer un tour por mi edificio.

Hay llaves que he usado mucho, pero en otro tiempo. No las tengo etiquetadas porque eso es un riesgo extra si es que algún mangante se queda con mi kit de sereno. Son llaves, sin más. A veces cuando las saco para cambiarlas de bolsillo tengo la sensación de ser un tipo con muchas casas o con la posibilidad de abrir muchas puertas pero el problema es que no sé cuales son las puertas que se abren.

Pasa casi como con los contactos del teléfono. Al contrario que las personas que guardan ordenadamente los nombres y los apellidos de sus amigos, conocidos, amantes, enemigos y todo lo anterior, yo guardo los contactos de una manera anárquica. Puedo conocer a Juana en un bar llamado Sol y tengo a JSol en mi agenda, sin atreverme a borrarla porque podría ser Javier Solano o Juan Sanchez, que tampoco sé quienes son. Tengo a personas etiquetadas por el nombre de sus parejas, cuando eran sus parejas, y ahora han ido a la comunión de los hijos que tienen con otras personas desconocidas para mi. Pero no lo borré y la informática, casi como los bolsillos grandes, hace que haya lugar para todas esas catástrofes.

En una consideración más moderna pero igual de absurda he de reconocer que no hablo y me importan bastante poco el 95% de mis contactos en facebook (partiendo de que facebook cada día me importa menos) pero no los borro. Alguno pensará que lo hago por esa curiosidad mórbida del voyeur que todos llevamos dentro pero, en realidad, es por vagancia o por pensar si acaso algún día pudiera necesitar hacer uso de esa petición de favor oculta en un "como somos amigos...", que es la que me hacen cuando no encuentran la actualización de java o quieren precio de un nuevo gadget.

Con las cartas del banco sobre la mesa de la cocina, que se acumulan sin parar, me pasa algo parecido. En ese caso tengo miedo a abrirlas porque los saldos bancarios me producen taquicardias pero las dejo por si algún dia encuentro el valor suficiente.

Con los periódicos antiguos que se acumulan en la balda de lectura del cuarto de baño sucede que son mi mejor compañero y me divierte recordar a Zapatero diciendo que no había crisis o que Rajoy nos iba a hacer ricos a todos. Además eso es mucho mejor que actualizar facebook mientras hago aguas mayores o dedicarme al procrastinante acto de lanzar cerdos.

En realidad, que de eso va todo esto, acumulo sin cesar miles de cosas que no me valen para nada y me pregunto si acaso estarán llenado el hueco necesario para las nuevas. No lo hago con maldad ni con intención, pero lo hago. Tengo llaves que abren puertas que no quiero abrir o que desconozco que puedo abrir, periódicos que me sé de memoria, contactos que no contacto y , sin embargo, soy de los que tintinean por la calle.

Debe de ser una enfermedad.

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo, me ocurre lo mismo.

    Son como los recuerdos o las fotos. Es como un castillo de naipes que tiende a crecer de forma asintótica hacia arriba y que necesita de esa base para no desmoronarse.

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