14 de junio de 2013

La economía inconfesable de los videojuegos

Con la celebración del E3 vuelven a dar el mismo dato que repiten desde hace años: el mundo de los videojuegos mueve más dinero que el del cine y la música juntos. Sin embargo parece que es como la prostitución, las drogas o el tráfico de armas: algo de lo que no se habla.
Resulta curioso como algunas de las actividades del ser humano se ocultan casi de una manera culturalmente admitida. Resulta totalmente correcto hablar del último disco del último fenómeno televisivo pero no del anteúltimo freak o de que Ron Jeremy ha estado en el hospital como si fuera el fin de una generación marcada por el porno cutre de los 70. Se puede hablar de lo mucho que necesitas sentirte arropado por una pareja que te quiera pero es de mal gusto afirmar que aspiras a que te desee sexualmente como uno de los aditivos que convierten una relación en una adicción que se perpetúa en el tiempo.

Una de las cosas que tiene la economía del siglo XXI es que ha buscado sus nichos en las bases de la propia naturaleza humana. Los nuevos ricos han cimentado sus ganancias en lo que consumimos y no en lo que decimos consumir. Nos gusta el cine pero un tipejo se hizo multimillonario con nuestras descargas. El antiguo dueño de napster (y socio de facebook) se acaba de gastar 10+2.5 millones de dólares en su boda. Nos gusta la buena ropa pero cada dia aparecen más talleres furtivos de copias de mala calidad donde CH significa Carmen Hornillos. Nos gusta estar con los amigos pero los videojuegos no paran de crecer, los "free to play" dan dinero en carretillas y mientras los redactores de los telediarios dejan la partida en pausa siguen creyendo que aquello es entretenimiento para niños. El día que alguno introduzca en el "coaching" un apartado de "herramientas de la gamificación" miles de gamers saldrán de sus cuevas y dominarán el mundo.

Dicen que se ha demostrado que los aficionados a los videojuegos tienen una visión diferente del mundo y son capaces de encontrar más detalles en la misma escena que un humano normal no adiestrado. Mi madre y el responsable de los informativos de televisión siguen creyendo que aquello es el germen para volverse loco y ametrallar a los compañeros de instituto.

Whatsapp movió 27mil millones de mensajes en un día y yo no recibí ninguno invitándome a una cerveza, a escuchar un chiste, ver una película o invitándome a una cama. Tampoco ninguno que fuera un reconfortante "espero que estés bien" y que, en realidad, es el más necesario, el que decimos que mandamos a diario y el que menos se da. Es mucho más dificil encontrar a alguien con quien poder hablar y reir que a un soplagaitas que sea ocurrente en tu teléfono.

Los nuevos comerciantes se nutren de tus bajas pasiones, de creerte el rey de las ofertas, ver más videos de esa pornostar húngara o de reconocer que pagando unos dólares podrás gastar el tiempo matando unos cuantos malvados o derrapando por las calles de San Francisco con el Lamborgini que nunca te podrás comprar en la vida real.

Será por eso por lo que, aunque es una de las industrias que mueven el mundo, no es éticamente correcto hacerlo público. Quizá porque a la mayoría nos da miedo mostrar públicamente cómo somos en realidad, quizá el niño que fuimos se averguenza del adulto que somos en la intimidad.

Tengo una partida a medias y un video en pausa. Me da miedo volverme un geek o un freak, que no es lo mismo (aunque de pequeño fuera un nerd).

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