"El hardware es la parte física de un ordenador y el software es su parte menos visible pero necesaria para su funcionamiento. Así que si lo hacemos extensible a una ciudad, las calles son el hardware y las personas que lo habitan son el software. Y son cambiables, actualizables, obsoletas, novedosas e incluso tienen funcionalidades ocultas que no aparecen en el inexistente manual de instrucciones, que es una de las cosas que se ha llevado por delante la modernidad.
Sin embargo adoramos todo lo nuevo como si fuera a ser la solución a problemas que aún no conocíamos. Nunca creímos que subir a ese lugar incierto que es “la nube” alguna foto sonriendo en la que se viera nuestro mejor perfil fuera una necesidad y, como llevando la contraria a todo aquello, estoy en medio de una fiesta con un teléfono esperando a que se dé la centésima de segundo adecuada en la que un grupo de chicas ponga su mejor sonrisa.
-Ya la tenéis.
Entonces se da ese momento casi místico y ceremonial en el que juntan sus cabezas a la luz de la pantalla para reírse y ver la pose de cada una porque, en realidad, las redes sociales son ese pozo de autocomplacencia que tiene hablar continuamente de uno mismo a fin de descubrirse el centro del universo, que es la aspiración del ser humano desde el principio de los tiempos.
Mi personaje favorito de televisión afirma, al hablar con su hija e intentando reconducirla por la senda de la verdad, que vive en una generación que se dedica a pasar el tiempo en sus twitter y sus facebook para, después, reclamar una vida por la que no han trabajado. Es una consideración profundamente cruel y poco digna. Supongo que nuestros padres tenían los juegos de calle y los veranos con los abuelos. Nosotros tuvimos las drogas, los primeros viajes y la televisión. Quienes vienen detrás nuestro llevan la parte de realidad que les interesa metido en un terminal con pantalla a todo color que les conecta y les aísla del mundo a partes iguales. Son diferentes entretenimientos generacionales. La comida industrial no está tan rica como la de mi madre pero es la que ha ganado en la guerra evolutiva de lo comercial.
(...)
Así que se va y yo me quedo mirando por la ventana. Avanza alejándose con el teléfono en la mano, escribiendo con el pulgar. Poco a poco desaparece entre la gente y la supongo, segura y decidida, pasando de la cerveza al tequila mientras pone caras sonrientes en algún perfil de facebook donde aparece radiante en la foto que la hice con sus amigas y, sin embargo, en ningún sitio pone ese miedo que nos atenaza al salir corriendo de una habitación de hotel si es que, acaso, fuimos capaces de reirnos antes de que aparezca el dragón que quema todo en los cuentos de hadas.
Tenía razón en aquello de las princesas y los príncipes pero estoy seguro que, en este momento de egocentrismo tecnológico, de bagaje cultural de comedias románticas de final feliz, Me enseñó todas las formas con las que tapar el miedo a sentir que se pueden tener antes de pedir a un extraño que te haga una foto para publicarla en “la nube” o en ese lugar donde siempre apareces sonriendo. Nadie tiene miedo, se arrepiente o se siente solo en el muro de su red social.
Al fin y al cabo la modernidad mató al romanticismo y esconde, como quien borra un archivo, los miedos a los que nunca nos enseñaron a enfrentarnos. El sexo es rápido, la información es inmediata, las caricias casi saben a robotizadas y no hay espacio para dudar, para probar o para los silencios. Y eso no me gusta, sobre todo cuando alguien, después de pedir naranja y canela para acompañar la bebida en un bar, le hace una foto y la sube a Internet antes de aprender a saborearlo.
En el mundo virtual no existen los sabores".
Mi madre es la peor cocinera del mundo, igual por eso ya me va bien la comida industrial. Todo tiene una explicación lógica.
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