No me lo voy a inventar.
Conducía por calles urbanas, de esas que tienen unos dispositivos luminosos también llamados semáforos que están dispuestos para la regulación del trafico tanto de vehiculos como humanos. En mi frente una luz verde esperanza me permitía ese momento de felicidad automovilística que permite llegar a meter segunda en medio de una gran ciudad. A los lados, casi como si fueran los espectadores de una cabalgata, los peatones esperan gastando su tiempo en sus pensamientos y en sus móviles como si hicieran algo que pudiera ser virtualmente importante. De repente, haciéndose un hueco entre ellos, una silla de ruedas motorizada se abalanza sobre el asfalto, poniendo a prueba mis frenos. Sin dejar de empujar la manilla del brazo de la silla me mira y me grita, según se alejaba y haciendo honor al efecto doppler: "¡gilipollas, que soy minusválido!" (aunque debería de haber gritado que es minusválido y gilipollas, que no es lo mismo).
Dicen que la situación de tensión que vivimos es algo que nos afecta en nuestro día a día. Estoy convencido de ello y de que estos dias grises en los que no para de llover y la luz se convierte en un bien escaso nos afecta profundamente en la manera de relacionarnos con los demás. Las señoras se cuelan en el metro y los jubilados siguen cruzando por donde les da la gana esperando que les atropelles para acabar de golpe con este frío invierno. Los adolescentes van a su ritmo sin hacer absolutamente nada por un futuro he les han dicho desde todas las cadenas y todas las redes sociales que no tendrán y los sueldos cada vez más míseros se clavan en las espaldas de los que se encogen de las gotas que les oxidan las gabardinas de hace tres temporadas.
La mayoría intenta engañar a su seguro para ver si puede recuperar parte del poder adquisitivo perdido y el pequeño comercio se ha convertido en un reino del regateo que no se merece el pequeño comerciante que sufre tanto como tu y menos que El Corte Ingles.
Es un dato cierto que el juego del escondite es el único que es común a la infancia de absolutamente todas las culturas de la tierra y, sin embargo, cuando tenemos que salir de la cueva en la que nos escondemos parece que el enemigo es el congénere, al que gruñimos como un perro cuando te acercas al bol con su comida.
Estamos alterados, molestos, enfadados, irascibles. Hay gritos en la frutería, en la cola del paro, en las cajas del Zara. Parece que vivimos considerando ese momento en el que nos vayan a sodomizar como si la comida fuera escasa, las sonrisas amenazas y los abrazos estén prohibidos. Parece que el vecino que deja la puerta del portal abierta deba de ser apaleado por la junta de la comunidad y, si no lo hace, sea un tremendo caso de prevaricación donde los ricos y los poderosos te pisan como el pobre hombre que has asumido que eres.
Lo has asumido porque te lo han repetido más veces que un mal eslogan publicitario pero, al igual que la publicidad, no tiene que ser verdad. No éramos tan buenos ni nos queríamos tanto antes y no somos los hijos de perra que creemos ser ahora, por mucho que nos gritemos o nos denunciemos a diario. Dicen que la mitad de los parados sienten esa punzada de la depresión y el desanimo que se tapa con gruñidos.
Lo más curioso es que nos gritamos entre nosotros mientras los que se merecen nuestros gritos y nuestras babas llenas de rabia se quedan en su casa viendo como nos vamos destruyendo.
Quizá es porque en la guerra moderna los coroneles se quedan en los cuarteles.
parece que Ses y Secades te han abandonado. Animo que todo no es negro. Solo sigue siendo gris. Pongamos un poco de luz los que estamos cerca del interruptor..
ResponderEliminarNo sé que adolescentes conoces, pero ahora mismo los de instituto se mueven más que los "adultos" de universidad por una jodida educación digna. Es feo generalizar así, pero también te reconozco que si no generalizas, se te hace imposible escribir una columna tan fatalista como ésta.
ResponderEliminarFatalista... quiza me pasé. Va sobre ese ambiente enrarecido en el que parece que la masa, como un conjunto generalizado compuesto por todos, vive pensando que se va al garete. En realidad creo que es mas una sensacion que una realidad. Es decir, que las cosas no son tan malas como parecen porque, en realidad, no solo de dinero vive el hombre (aunque un amigo, perroflauta inteligente y comprometido de profesion, insiste en que es imposible que la sociedad alcance cierta felicidad sin una solucion previa de eso de la renta basica y la distribucion de la riqueza) (para despues decirme que el dinero no es tan importante). Dicen algunos estudios que los jovenes, a los que llevamos años diciendoles que no van a poder hacer realidad sus sueños, se estan empezando a rendir porque asumen que con esfuerzo seran licenciados en paro y sin esfuerzo parados sin mas ( y ese argumento tan cabrón lo he oido de voz de alguien de 15 años).
ResponderEliminarEl proximo post lo hago con humor.