Que estamos viviendo una temporada en la que el habitante de a pie necesita conocer a nuevos héroes es una obviedad. Nos aferramos como posesos a quienes nos hacen promesas que no pueden cumplir pero nos las creemos porque necesitamos sentir que alguien tiene un superpoder que le vino dado del cielo, como si fuera el gran heroe americano que se encontró un traje sin instruciones abandonado en medio del desierto, pero sin el agente del FBI Maxwell, ese que te decia que "se te ha caido el pelo"
Por alguna razón necesitamos a nuestros Obamas, a nuestros reivindicativos pobres camareros que impiden que la policía entre en un bar a llevarse a unos muchachos que pasaban por ahí para decir que se sienten estafados por un gobierno digodiego. Necesitamos a presentadores folloneros incisivos que parezca que tengan algo que no podemos tener la mayoría de los mortales. Algunos necesitan creer, al estilo más dictatorial de la Corea del Norte, que existen humanos superpoderosos que todo lo saben y que toman decisiones que no podrá comprender un ciudadano normal, porque es un ciudadano inferior.
Eso, como si fuera cierto, es lo que algunos utilizan en un extraño esquema mental que les define para quejarse esperando que algún nuevo superhéroe les salve del supermalvado que ahora les castiga como si fueran esclavos de un poder superior.
Eso significa que nada pueden hacer porque no tuvieron la suerte de nacer en el planeta Kripton, que también puede ser una familia muy rica, porque está igual de lejos que aquel planeta de ti y de mi.
Así que, mientras el elástico de los cuatro fantásticos usa sus poderes para sacar el brazo para comprar tabaco en el bar de abajo (no es mio, es de una canción), los demás se aferran a esa idea infantil de que si no son superhéroes no podrán hacer mucho. Un día, leyendo el periódico o viendo las noticias, les contarán de un tipo que salvó a unos niños, y le creerán un héroe. Depués vendrá un tertuliano con gran verbo y mucha polémica, y le creerán otro héroe. Incluso alguno creyeron de verdad que Belén Esteban era una heroína (aunque fuera de otra substancia) o que el último político tenía capa y poderes. Otros piensan que Anguita, que Sampedro o que las vacas muertas del poder son el pequeño saltamontes de nuestra liberación. Los menos piensan que quienes tienen poder social actualmente guardan triquiñuelas fantásticas para llevar la película de nuestra vida hasta el final feliz que nos merecemos.
El caso es que, como si fuera un comic real, hacemos héroes a cada paso sin darnos cuenta que los únicos héroes debemos de ser, a base de las pequeñas cosas, nosotros.
Esos somos los héroes. Ya es hora de actuar como tales sin dejar de preservar nuestra identidad secreta. Lo otro son becerros de oro.
Yo decidí escapar en un viaje imaginario y poner música.
ResponderEliminarDe momento, me vale.