4 de junio de 2012

Expertos de nada.

Es cierto que los mismos que se sentaban a los lados de un plató de televisión son, hoy por hoy, las pequeñas estrellitas que hablan de economía como si la prima de riesgo fuera la suya propia. En realidad la vida nos va dando pequeños retazos de determinadas cosas de las que nos creemos los especialistas que no somos.

Hay más de un momento de nuestra historia en el que nos hemos sentado delante de un amigo con problemas sentimentales y le hemos hecho una disección brutal del tipo de relación que estaba teniendo basándonos, erronéamente, en alguna idealización de algo que un día creímos que nos estaba pasando a nosotros mismos y que, en realidad, nunca sucedió.

Nos hemos puesto ufanamente orgullosos (y esta es una postura marcadamente varonil) delante del capó de un Daewoo Lanos pidiendo que nos abrieran el motor para buscar alguna avería como si hubiéramos realizado más de un curso a distancia de mecánica aplicada.

Yo mismo viví la húmeda situación en la que una cisterna que nunca llegaba a llenarse completamente terminó ganándome en la partida entre el razonamiento humano y la tecnología más básica. Cuando el fontanero llegó a mi casa me dijo: "si no hubieras tocado serían 20€. Has roto esto" -señalando a una especie de embudo que cierra el paso de agua haciendo un vacío- "y ahora son 70". Tenía razón.

Alguna mujer es capaz de hablarte de las encimas protectoras del cutis de tal o cual crema como si fuera la mismísima Elizabeth Arden (que era de Málaga) y luego descubres que también probó la baba de caracol.

El sábado, en un sesudo reportaje sobre internet, terminaban exponiendo la opinión de Santiago Segura como si fuera un experto informático educado en las redes sociales y él daba los consejos y las consideraciones que estimaba convenientes con argumentos que también puede darte cualquier adolescente que vive encerrado en el tuenti como si no hubiera un mañana. Para el periodista en cuestión resultaba mucho más efectiva una cara conocida que un experto en la materia y tampoco podemos evitar que Santiago, la amante de las cremas, yo mismo delante del retrete o quien te intenta dar consejos sobre tu situación sentimental se creen de si mismo expertos irrefutables en el preciso instante de sentar cátedra sobre el asunto en cuestión.

Cuando un cliente se acerca a mi trabajo con un ordenador que ha intentado arreglarle un amigo suelo decirle que si él mismo tuviera un problema de próstata es más que probable que no intentara que un colega le hiciera un tacto rectal y que en ese momento mi trabajo era doble: tengo que subsanar el problema primario y el desgarro que tiene tras una intervención poco profesional. Cuando se lo explicas con su culo como protagonista suele entenderlo meridianamente.

Es lo que pasa cuando los expertos no lo son.

Aún así vivimos rodeados de "expertos" que nos hacen este tipo de desgarros.

Me refiero a la economía, la informática, las relaciones, el cutis o la vida en general.

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