Enrique Guzmán (1943) formó en Mexico Los Teen Tops que fueron, en definitiva, un grupo de éxito adaptando los éxitos de rock&roll americano que consumían nuestros padres cuando en España estaba prohibido triunfar en inglés. De ellos viene la letra de La Plaga, Popotitos, Presumida, Speedy Gonzalez y muchas otras canciones que somos capaces de recordar más de 50 años después, al menos más de uno.
Lo cierto es que a lo largo de aquella época las canciones llamaban a ese contagio de felicidad y ganas de vivir necesario para sobrellevar los rigores de haber pasado por una guerra nuestra, otra de todos los demás y las consecuencias de que hubieran ganado, por lo menos en un caso, los menos indicados. Eso no quita que a mi madre, de la que soy fan cuando ahora supera los 80, se le iluminen los ojos al contarme cuando se iba a bailar a más de un baile universitario donde le salió más de un novio que quedó automáticamente olvidado el día que conoció a mi padre.
Supongo, porque no tengo constancia más allá de lo que me han contado y lo que he leido, que eran unos tiempos en los que había que disfrutar al máximo de las pequeñas cosas que uno podía disfrutar, aunque fueran, casi como una camisa china, copia del original. Miguel Rios fué nuestro Enrique Guzmán particular hasta que descubrió el europeismo máximo y la venta de discos de 1970 en todo el mundo con el Himno a la Alegría.
Después, muerto Franco, empezamos a volvernos exultantemente prolíficos como cuando sueltas al perro por el parque y empieza a correr sin rumbo. Almodovar y Alaska, que son dos tipos bien listos porque siguen ahí, cantaban "Suck It to Me" o demostraban el atrevimiento contenido que palpitaba en el corazón de cada españolito usando la capacidad creativa de Mcnamara o del gran Berlanga.
Por supuesto que desde entonces la música ha pasado por muchas fases. Cuando el dictador estaba cerca de morirse aparecieron un buen puñado de sosísimos cantantes con guitarra y olorcillo a porro a los que se les llenaba la boca con palabras como libertad e igualdad. Yo mismo tengo aún en el cerebro más de una letra de Pablo Milanés o Silvio Rodriguez, al que odié un poco cuando me contaron (verdad o no) que vivía como un jeque en la pobrísima Cuba pero al que perdono cada vez que oigo "quien fuera". Tuvimos a Rosa leon, a Cecilia, a Sabina sentado en una pared en el programa de Tola más o menos por la misma época en la que Mercedes Milá hacía periodismo y no espectáculo deprimente, pero los tiempos han cambiado casi lo mismo que ella.
Luego entendimos muy mal el concepto del glam o de la modernidad, porque Locomía se puso de moda y mientras en el mundo triunfaba el pop y los nuevos románticos nosotros alternábamos los éxitos de Georgie Dann con el Ibiza Mix sin darnos cuenta que el punk de Siniestro brillaba por si mismo o que incluso Miguel Bosé podría llenar las inquietudes musicales de algunos. Claro que nos encantaba, por aquel entonces, creer que Laura Pausini, Complices (ese mal resultado de descafeinar a Golpes Bajos) o Presuntos Implicados eran la punta de lanza de algo.
Sin embargo esa era la música que nos arrastraba y la que, probablemente, generaba nuestros estados de ánimo hasta reconocer que casi todos dedicamos aquella canción de Rosana o el "dime que me quieres" de Tequila, a alguien.
De un tiempo a esta parte, como si fuera la degeneración espontánea de los asuntos de viejunos que ya no interesan a las nuevas generaciones, la música se ha ido convirtiendo en un sonido que acompaña a los anuncios o que tapa el sonido atronador de un BMW de tercera mano con algún niñato al volante. Quizá ha vivido la misma degradación que ha sufrido, a golpe de talonario, la lista de los 40 principales que antes tenían a U2 y ahora a Pablo Alborán. Antes los locutores sabían quienes eran Oasis, Billie Holiday, Neil Young, Miles Davis, Jimmy Hendrix o Van Morrison y ahora se confunden entre Nike y Adidas, entre "Hombres, mujeres y viceversa" y "Gran Hermano".
Aún así existe un grupo aceptablemente interesante que sigue buscando (y encontrando) a quienes continúan soñando con sobrevivir en el mundo de la música actual sabiendo positivamente que la masa sorda idolatrará a ídolos con pies de barro y remezclas sin instrumentos pero con una mercadotecnia potente. De la misma manera que a más de uno no le suena Góngora pero habrá comprado el libro de Mario Vaquerizo (y se creerá un intelectual) tenemos que admitir que Iron Maiden y Los Ramones se han convertido, para muchos, en marcas de camisetas.
Y que la banda sonora de la España más actual fluctúa entre los herederos de Rocío Jurado, las múltiples formas que tiene de mostrarsela maldad operacion triunfo, la miseria del regetton que quieren llamar hiphop, más de un nostálgico del pop tontuno de los 80 y cien millones de grupos tristones que se han colgado la etiqueta de Indie.
Es decir, que si somos lo que escuchamos nos hemos convertido en una sociedad sin ninguna dirección.
Dentro de unos años no tendremos nada en común los unos y los otros. Mientras, mi madre y sus amigas aún mueven los pies cuando escuchan a Enrique Guzmán, mi hermana mayor sonríe cuando tararea Perlas Ensangrentadas y mis compañeros de trabajo y yo vivimos la crisis pasando de los Smiths a los Black Crowes. En ese momento el más joven de la empresa nos pregunta, sorprendido, qué es lo que suena.
Y no, no tiene ni idea. Tampoco es capaz de diferenciar a los Rolling de los Beatles.
Quizá es que las referencias que perdurarán serán los memes de internet que nos hacen reir y no la música que oímos pero no escuchamos.
Te lo digo dentro de 10 años.
Sin embargo esa era la música que nos arrastraba y la que, probablemente, generaba nuestros estados de ánimo hasta reconocer que casi todos dedicamos aquella canción de Rosana o el "dime que me quieres" de Tequila, a alguien.
De un tiempo a esta parte, como si fuera la degeneración espontánea de los asuntos de viejunos que ya no interesan a las nuevas generaciones, la música se ha ido convirtiendo en un sonido que acompaña a los anuncios o que tapa el sonido atronador de un BMW de tercera mano con algún niñato al volante. Quizá ha vivido la misma degradación que ha sufrido, a golpe de talonario, la lista de los 40 principales que antes tenían a U2 y ahora a Pablo Alborán. Antes los locutores sabían quienes eran Oasis, Billie Holiday, Neil Young, Miles Davis, Jimmy Hendrix o Van Morrison y ahora se confunden entre Nike y Adidas, entre "Hombres, mujeres y viceversa" y "Gran Hermano".
Aún así existe un grupo aceptablemente interesante que sigue buscando (y encontrando) a quienes continúan soñando con sobrevivir en el mundo de la música actual sabiendo positivamente que la masa sorda idolatrará a ídolos con pies de barro y remezclas sin instrumentos pero con una mercadotecnia potente. De la misma manera que a más de uno no le suena Góngora pero habrá comprado el libro de Mario Vaquerizo (y se creerá un intelectual) tenemos que admitir que Iron Maiden y Los Ramones se han convertido, para muchos, en marcas de camisetas.
Y que la banda sonora de la España más actual fluctúa entre los herederos de Rocío Jurado, las múltiples formas que tiene de mostrarse
Es decir, que si somos lo que escuchamos nos hemos convertido en una sociedad sin ninguna dirección.
Dentro de unos años no tendremos nada en común los unos y los otros. Mientras, mi madre y sus amigas aún mueven los pies cuando escuchan a Enrique Guzmán, mi hermana mayor sonríe cuando tararea Perlas Ensangrentadas y mis compañeros de trabajo y yo vivimos la crisis pasando de los Smiths a los Black Crowes. En ese momento el más joven de la empresa nos pregunta, sorprendido, qué es lo que suena.
Y no, no tiene ni idea. Tampoco es capaz de diferenciar a los Rolling de los Beatles.
Quizá es que las referencias que perdurarán serán los memes de internet que nos hacen reir y no la música que oímos pero no escuchamos.
Te lo digo dentro de 10 años.
Muy buena entrada. Ah, yo seré de los que escuchan The Smiths, aunque no eran de mi época.
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