12 de febrero de 2012

Larga muerte a Gesto por la Paz

En 1986 yo estaba en primero de BUP. Un buen amigo de la época, quizá intentando ser un buen cristiano o un buen cristiano con glamour, se dedicaba a ir los viernes a un pequeño y frio local del casco viejo bilbaino a ayudar en una pequeña organización de aquellas que intentaban demostrar, haciendo gala de la conciencia social del euskaldun medio, que la calle no solamente estaba poseída por aquellos que se dedicaban a quemar más de un contenedor y quejarse por las maldades de los otros sin ver las suyas. Aquella organizacion era Gesto Por la Paz.

Recuerdo aquel local como un piso blanco de techos altos y fluorescentes con tableros sobre caballetes a modo de mesa y un montón de pancantas con ese logotipo de la paloma saliendo por la puerta de un mapa de Euskadi.

Con 15 años tu conciencia política está en un absoluto periodo de formación. Sin embargo los 20, 30, 50 muertos de cada año y ver, de vez en cuando, a mi padre volver antes del trabajo por una amenaza de bomba hacía de mi un adolescente preocupado por el motivo por el que unas personas de mi calle pudieran odiar tanto a otras de mi misma calle como para matarlas. Por una cuestión de simplicidad y de mayoría estadística llegué a la conclusión que los de ETA eran los malos.

En aquellos años mi hermana tenía un novio molón al que a mi me gustaba escuchar. Era de Donosti. Su familia había tenido que salir corriendo de allí porque tenían la fea costumbre de revolverse contra aquellos que consideraban que les oprimían y, al ser ostentosos en cuestiones de dinero, les habían amenazado con la muerte a cambio de cierto impuesto revolucionario por lo que emigraron de repente y el novio en cuestión insultaba y odiaba todo aquello que le había hecho renunciar a la cuidad que tanto amaba. Y yo le daba la razón porque el odio es libre y muchas veces hasta tiene justificación.

Sin embargo, un día, a la salida de clase y quizá por el año 88, me quedé con mi amigo a escuchar una charla de Gesto sobre los motivos que les llevaban a manifestarse. Entre las personas de aquella mesa, formada por pupitres de la clase de los de COU, estaba el hijo de un ertzaina asesinado (Creo que Juan Carlos Diaz Arcocha) y, después de explicarme que Gesto se movilizaba contra cualquier muerte, fuera de donde fuera, me fui a hablar con él.

"No puedo entender"- le dije- "que te movilices por la muerte de algunos que es probable que hayan tenido que ver con el asesinato de tu padre".
"Sinceramente"- me respondió- "para mi no es lo mismo pero todos los muertos tienen familia"

Y desde entonces yo empecé a manifestarme detrás de la pancarta de Gesto, al principio en Deusto y después en la universidad. Aquellos años detrás de la pancarta los recuerdo como quince minutos de silencio extremo en el que los transeúntes nos miraban con mezcla de extrañeza y rabia. Recuerdo tener que soportar a una banda de fanáticos con otra pancarta detrás nuestro recordando los muertos del Gal cuando el asesinado era un guardia civil y a señoras de bien insultarnos cuando la movilización venía provocada por un tipo al que le explotó una bomba en las manos. Ahí estábamos, en silencio, nuestros quince minutos.

Recuerdo, incluso, aproximadamente sobre el año 91, entre lazos azules por los secuestros y guerras medíaticas, una cara visible de Gesto que me confesaba en la cafetería de la universidad que estaba pensando dejar de hacer ruedas de prensa porque había recibido una carta en su casa con los movimientos diarios de su madre y que le pedían, por el bien de la causa, que dejara de hacer declaraciones.

Mi admiración hacia aquella persona y hacia todos aquellos que tuvieron el valor de hacer ver que las muertes son muertes y que el peso de los cadaveres es identico siempre fue máxima porque aquella visión de Gesto Por la Paz es la única visión válida: la que no quiere muertes.


Y yo aprendí de ellos algo que las películas y mucha prensa se empeña en decir que es mentira: que los muertos no tienen ideología, sólo son muertos. Y que si no hay muertos no hay guerras, ni terrorismo, ni dolor.

Con esa enseñanza me quedo. A todos los que durante años, habeis hecho vuestro el mismo Gesto: Gracias.

Larga muerte a GESTO POR LA PAZ.

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