Cuando llega el verano se generan microespacios en los que estoy absolutamente convencido que si grito "¿Jonathan!" o "¡Jeniffer!" seguro que me vienen a mi más niños que a la última comunión en la que estuve.
Porque nunca fui capaz de entender que la búsqueda de relax tenga que ser en el mismo lugar al que escapa tu vecino, tu jefe, tu cuñado, el panadero y los familiares de ambos. No entiendo que el descanso consista en llenar los diminutos apartamentos alquilados por donde corretean los infantes para abarrotar las terrazas donde puedes adivinar las mismas caras de las que escapaste abrumado por la imagen rugosa del asfalto ardiendo.
No lo entiendo pero lo respeto de la misma manera que respeto la libertad que tiene la audiencia de Tele5 de poner el canal que quiera sin ser acribillada por el pelotón de fusilamiento del mínimo gusto cada vez que leo los índices de audiencia o veo un video, en las noticias, de lo bien que se está en la playa de Benidorm o con un mantel de cuadros friendo un pollo al lado de un riachuelo lleno de piedruscos donde Jeniffer se sumerge con un flotador de Bob Esponja.
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