6 de junio de 2011

La sociedad líquida

Por delante de mi trabajo pasa, casi todos los dias, un hombre delgado y mayor que anda como a saltos y se va golpeando las manos mientras dice cosas inaudibles. Sube y baja la calle, prácticamente a la misma hora, los días que no llueve.

Cuando intento volver al primer recuerdo que tengo de ella siempre activo los nervios de mi mano derecha recordando cómo pasaba desde la espalda hasta las piernas pero lo cierto es que en la primera imagen que me llega están sus piernas juntas, al borde de la cama, con las puntas de los dedos tocando la alfombra como quien está pensando saltar al vacío.

Son imágenes, sin más, que aparecen sin avisar de vez en cuando y cuando no las evoco. A veces veo pasar a aquel señor con una camisa de cuadros que le cuelga por la espalda y, a veces también, al salir de la ducha para buscar la ropa del trabajo, creo que me la voy a encontrar recogiendo las prendas del suelo, despistada, poniendo la mirada justa que dice que la acerque a su casa, como si yo hubiera sido un evento de una red social en decadencia.

Dicen que uno de cada 9 vascos no tiene amigos si definimos como amigo a uno de los de verdad, de los que aún te habla después de conocerte y de aquellos que se quedan debajo de tu casa para recogerte los días que necesitas que te recojan, porque alguna vez nos caemos todos. Dicen que son las zonas urbanas donde, como si fuera una broma de mal gusto, se vive la "sociedad líquida", que es aquella donde tienes mil personas a tu alrededor y pones el campo de fuerza de tus auriculares o de ese móvil que mira ansiosamente aquel perfil o aquellos correos para dejar distancia entre quien puede estar a tu lado o aquellos que crees que son tus amigos de verdad porque no te dan los problemas de la gente que es capaz de tocarte. Lo definieron, hace más de 10 años como el estado fluido y volátil de la actual sociedad, sin valores demasiado sólidos, en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos.


En el año 2002, pasando desapercibida como casi todo lo que merece la pena, Santi Campos publicaba esta letra: Aprenderé a no reír, a no escuchar, a no sentir. Conseguiré no disfrutar pensar muy bien como mentir. Llevabas la razón al decir que pensar es lo mismo que sentir, aunque no es tan divertido. Contemplar como se aja la piel y mis ganas de correr aun me dicen que estoy vivo, y no lo se. Aprenderé a no reír, como si esto fuera el fin y a esconderme. A no vivir. Conseguiré no reventar como una copa de gas. Me olvidare de imaginar.Con lo cuerdo que soy no se bien si al final algún día explotare y todo sera distinto. Y al final me venció el no saber nunca en que lugar estoy. Me preguntan por qué sigo y no lo se. Aprenderé a no reir, a no escuchar, a no sentir y a esconderme. A no vivir.

Y es un manual con forma de canción para ser el rey de la sociedad líquida, que, como si fuera un sistema electoral que no comparto pero que me influye cada vez que salgo a la calle, me hace recordar aquellas cosas sencillas, compuestas de besos y abrazos, que volvimos complicadas mientras mañana, si no llueve, bajará la calle espantando fantasmas con las manos un hombre delgado, bajito y mayor que anda como a saltos.

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