Después de mil millones de golpes un grupo importante de los españoles han decididido salir a la calle.
Tienen razón en quejarse por la pantomima teatral en la que los últimos años han convertido a nuestros noticiarios políticos.
Tienen razón en aspirar a una sociedad que no forme titulados para exportarlos a cambio de energía electrica porque aquí gane más un reponedor del Carrefour que un ingeniero que trabaje de cajero en el mismo supermercado que vende tomates marroquíes a bajo precio.
Tienen razón en quejarse por el bipartidismo que da a elegir entre "malo y tonto" (sin uno tan malo ni otro tan tonto)
Tienen razón en pedir trabajos dignos, salarios justos, paz en el mundo y un reparto igualitario de las riquezas.
Tienen razón al demostrar que no somos grupos anestesiados de amantes del botellón y las partidas de mus que admiran cómo se hace rica Belén Esteban.
Después vino la policía y algunos medios de izquierdas idealistas intentando decir que nos parecemos a los grupos de egipcios que se enfrentaban a un dictador que llevaba 30 años en el poder, como si no pudiéramos ser ni españoles ni europeos, sino una calcamonía de otros movimientos que residen en Twitter.
Depués vino la estúpida prensa de la derecha diciendo (hablo de Cesar Vidal) que son movilizaciones desesperadas del Psoe con el apoyo de ETA, el catalanismo y Bildu para desestabilizar nuestra España grande como si cada vez que sale un grano fuera la misma enfermedad de hace 25 años.
Después llegarán las elecciones, perderá ganará mayoritariamente el Psoe PP y viviremos una legislatura (autonómica y municipal) sin ninguna ilusión por que las cosas puedan cambiar mientras los acampados se vuelven a las colas del paro o a vivir a algún país extranjero, soñando en volver como lo hacían los indianos.
Mientras tanto otros apretamos los dientes en nuestro trabajo poco digno sintiendo un 50% de emoción por esa expresión razonada de hastío y decepción y un 50% de pena por sentir que es una especie de niño que se aguanta la respiración hasta ponerse azul.
Mientras tanto, mientras amanece en la Puerta de Sol y los publicistas a sueldo de los partidos intentan buscar la fórmula para sacar partido de la noticia del día, algunas parejas se rompen, otras parejas se forman, se ganan y se pierden amigos, se detectan y curan enfermedades, se abren y cierran empresas, aparecen y desaparecen sueños, llega el calor del verano, descubres un agujero en tus bolsillos y la vida sigue avanzando en medio de este país que debería de avanzar con la locomotora de aquellos que tienen un sueño justo y hacen lo posible por alcanzarlo.
Claro que soy un mal ejemplo porque llevo 17 años trabajando como un perro en mi pequeña empresa (sin ayudas, sin grandes beneficios, sin muchos empleados) intentando ser justo, digno e igualitario en mi propia casa. Mi manera de quejarme es muy personal: consiste en trabajar en un mundo, una empresa y una manera de ver la vida por la que lucho con el orgullo de no pedir a nadie que lo haga por mi. Obvio es: no soy rico, pero un poco feliz. No hago sentadas para que me hagan feliz. (El niño de Cinema Paradiso pasa meses bajo la ventana de ella esperando, sabedor del amor que se tienen, que la abra. Un día, asumiendo su derrota y cansado, se marcha a casa y justo al doblar la esquina ella abre, hermosa y sonriente, buscándole en la esquina que él pobló dias enteros. Ya no estaba (La fabula de Alfredo).)
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