Mi profesor de filosofía de segundo de BUP, asignatura que yo superé sobresalientemente, afirmaba que el gran riesgo con el que se iban a encontrar las sociedades modernas residía en aquellas personas que habían asumido que ya no tenían nada más que perder.
"La pobreza absoluta y las guerras"- continuaba- "nos proporcionarán una cantidad de personas a las que les importará poco seguir adelante el día siguiente en contra de aquellos a los que se nos han otorgado razones por las que sobrevivir".
Quizá ese es uno de los motivos por los que muchas veces no llego a entender la satisfacción que puede tener inmolarse por Alá (a no ser que sea por lo de las 100 vírgenes) o meterse en una barca de remos para ver si podemos llegar a las costas de Canarias para ver a alemanas en bikini o a esas britanicas rosáceas borrachas que parece que residen en el lupanar del sótano de Downtown Abbey.
Hoy aparecen noticias sobre este tipo de desesperaciones que se citan en medio de nuestro absolutamente civilizado mundo: Un rumano hombre desesperado mata a su pareja, se conecta a internet y muestra el cadaver por la webcam. Un señor pide que le inviten a una copa en Santander y como no lo hacen sube a su casa, agarra un hacha y vuelve al bar. Una señora de 66 años, enferma terminal de cáncer, se enfrenta a sus atracadores hasta reducirlos. "No tenía nada que perder", afirmó a la policía. Tenía razón.
Hace unos años pedían en la radio que la gente llamara contando las cosas que había hecho por amor. Las historias que contaban residían, casi siempre, en esos momentos en los que parece que la otra parte se aleja para siempre. Es cierto que las declaraciones de amor y cuando convences a la tuna para que vaya a cantar debajo de su ventana sabiendo positivamente que va a decir que sí están muy bien pero aquella vez que bajo la lluvia y aprovechando el momento dramático de la soledad de la noche en la que él llama a Laura una y otra vez mientras ella se ha mudado con Ian es una escena tan degradante para John Cousack Rob Gordon que demuestra cómo hay momentos en los que haces cosas que no debes porque tienes la sensación que no hay nada que perder.
Claro que en "Alta Fidelidad" acaba bien.
Muchas veces se nos olvida qué es lo que pasó antes o hacia donde nos dirigíamos el día en que nos dimos cuenta que lo que hacíamos lo hacíamos porque teníamos esa extraña sensación de que no nos quedaba nada más que perder. Algunos casos son extremos. Otros, pecados sentimentales. Hay quien llega a las costas de El Dorado. Hay quien detiene a los ladrones y se cura del cáncer. Otros consiguen tener a su lado a sus problemas reales. A veces simplemente me pregunto cómo se llegó a ese punto. El delito es la noticia.
Muchas veces se nos olvida qué es lo que pasó antes o hacia donde nos dirigíamos el día en que nos dimos cuenta que lo que hacíamos lo hacíamos porque teníamos esa extraña sensación de que no nos quedaba nada más que perder. Algunos casos son extremos. Otros, pecados sentimentales. Hay quien llega a las costas de El Dorado. Hay quien detiene a los ladrones y se cura del cáncer. Otros consiguen tener a su lado a sus problemas reales. A veces simplemente me pregunto cómo se llegó a ese punto. El delito es la noticia.
Pd: "No one is to blame" cantaba Howard Jones en el concierto del príncipe de 1986 (del que tengo el vinilo) con Mark y Eric a la guitarra. Phil a la batería.
podríamos encontrar también otra versión del mismo comentario: cunado las personas no tienen que preocuparse por sus bienes porque estos no son relevantes, es mucho más solidaria y comprometida con los demás. Es cuando nos llenamos de cosas cuando empezamos a envidiar lo del otro y a proteger lo nuestro y así ponemos en primer lugar los objetos frente a las personas. Cosificamos nuestra existencia y lo que nos rodea. En ese momento no nos importa el otro sino cuánto vale paa nosotros y para seguir teniendo más.
ResponderEliminarEse es el modelo que emitimos al resto del mundo y por ese modelo materialista las personas hacen lo que sea, porque no tinen nada que perder?. Yo pienso que sí: se han perdido ellos en el camino; hace tiempo que estamos perdidos y no nos damos (o no queremos) darnos cuenta.