28 de febrero de 2011

Febrero

Hace tiempo que no me invitan a ninguna de esas fiestas vacías en las que la mayoría de la gente intenta parecer interesante. Quizá es que no me invitan porque dije que no a las últimas 10 o porque, como me confesaron la última vez, debo de ser un incómodo polemizador. (O porque las últimas dos semanas nadie hizo nada.)

En 1941 Eric Fromm publicó "El miedo a la libertad". Básicamente y desde mi punto de vista el Sr Fromm viene a decir que la necesidad de tener por encima a algún tipo de ente que sea capaz de castigarnos, premiarnos, obligarnos o dirigir nuestro devenir diario es una necesidad que está innata en todas las culturas bien sea con Padres, Jefes, Dioses o algún tipo de extraño Mandatario.

Sin embargo nos empeñamos en valorar nuestra libertad como un objetivo a cumplir sin lograrlo nunca realmente.

Subyugado por las leyes y por las obligaciones que me pongo, como un gran dedo acusador que vive en mi cabeza, yo soy un hombre libre. Soy mi jefe. Estoy, según pone en mi estado, en una relación complicada. Salgo o entro a voluntad. No milito en ninguna asociación con horarios a cumplir. Voy o vengo. Puedo coger un avión mañana o morirme sobre la alfombra y creo que tardarán días en que alguien me añore como se añora a los seres queridos.

Si me paro a pensar sobre la persona en la que me he convertido creo que puedo autodenominarme un hombre libre.

Y esa libertad da un tremendo miedo.

Así que cuando voy los domingos por las calles con la excusa de la infructuosa búsqueda del pan y miro a las madres corriendo detrás de sus hijos mientras sus maridos esperan sujetando el carrito siento una pequeña punzada de envidia sabiendo que tengo mis pequeños deberes acabados sin saber si logré ser libre o si acaso estoy preso de mi propia libertad. Sensación de vacío, lo llaman por ahí. Febrero, lo he llamado toda la vida. Siempre ha sido el mes en el que las asignaturas que no sacabas en junio ni en septiembre te daban su última oportunidad o se quedaban en el "debe" para siempre.

Es la añoranza por un jefe de quien quejarme, una pareja que me obligue, un dios a quien rezar o unas obligaciones que me manden y que sean de las que Eric Fromm decía que necesitábamos continuamente porque es complicado cargarse a las espaldas todos los éxitos y todos los fracasos como propios.

Así que mientras mis vecinos acuestan a sus hijos o preparan sistemáticamente las obligaciones para con amigos y familiares ("el fin de semana que viene tenemos que comer con mis padres") yo voy a poner una lavadora para mantenerme lleno de actividades hasta que entre el sueño. Me llevaré el teléfono conmigo como si me fueran a invitar a una fiesta de esas insulsas en las que vivir un momento Kodak de los que te mantienen ocupado hasta mañana sin dejarte pensar en nada inteligente. Aunque en realidad y sin que nos oiga nadie espero que llame un elemento eliminador de mi libertad para que me cuente un cuento, me haga un mimo y me diga qué tengo que hacer sin falta mañana. (Y obedecer con cara de niño castigado)

Porque la vida social es como el sexo: cuando no piensas, sale mejor.

Excepto en un caso.

Pd: que cojones, voy a cambiar la scooter por una moto de 125 (más no , que me mato). Opcion 1, Opcion 2, Opcion 3. (O escribo un libro o me hago un master o empiezo una carrera para acabarla con 50 años. Siguen siendo maneras de no crecer.)

3 comentarios:

  1. La opción 1 no, ni de coña. Me recuerda a la Puig Condor de cuando teníamos 15 años... (bueno, tú 16 ;-)).
    Entre la 2 y la 3 no sé decirte, yo pasé de la bici directamente al coche, las motos nunca me atrajeron.

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  2. yo haría un master....

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  3. Yo iría a la opción dos y si no a la uno (que sea retro le da más encanto). Ya he hecho el master, he escrito el libro, he terminado otra carrera casi los 50, tuve una Benelli 250 y ahora tengo tres hijos (suelen ser mutuamente excluyentes). Ahora para no crecer estoy pensando en el footing... Seguir haciendo para seguir vivo. Cuidate con la moto, que hay mucho chiflado al volante

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