11 de febrero de 2010

La mentira eléctrica

La última vez que me mintieron lo hicieron al estilo Mayra Gomez Kemp, que es no diciendo toda la verdad. De todas formas mentir, como decía mi compañero de clase Jaime, es el arte de que la otra parte no lo sepa. Eso lo decía refieriéndose a su novia de instituto Silvia, que actualmente es la madre de sus hijos y le tiene firme como el palo de una escoba.


De todas formas, es conocido que determinados accidentes que dejan sin control partes cerebrales alteran el comportamiento de las personas. Basándose en esos hechos, un grupo de investigadores tomaron a 44 personas y les invitaron a mentir. Descubrieron que aplicando una pequeña descarga en la corteza prefrontal anterior del cerebro conseguían que las mentiras fueran más creíbles, haciéndonos mentir únicamente cuando lo necesitamos, de una forma más real y rápida. Y con muy reducidos signos de microexpresiones o sudoración.

Lo que habían conseguido es inhibir esa conciencia que nos dice, como un angelito en el hombro, que lo que estamos diciendo es mentira cochina de indochina.

Algunos, cuando están borrachos como cubas, no son capaces de redimir sus pequeños impulsos, sus pequeñas verdades. Son capaces de decirte, como si tuvieran pentotal sódico corriendo por sus venas, las más dolorosas afrentas o los más asombrosos cumplidos. Ahora resulta que si metes los dedos en un enchufe y te afecta a la cabeza el resultado es el mismo, pero sin resaca. Se supone que disponemos todos de un filtro que es capaz de ocultar nuestro verdaderos pensamientos y que de la forma descubierta o de múltiples formas conocidas nos hace de forma mágica saltárnoslo con agilidad atlética para dejar desnuda toda la verdad.

¿Para qué saber la verdad? ¿Para qué pensar siempre en esa tendencia humana hacia la ocultación de las miserias? ¿Por qué estudiar el funcionamiento de los polígrafos?. Como dice alguna canción, de haberlo sabido me hubiera ido sin decirte nada.

Me sobran motivos.

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