4 de febrero de 2010

Apátridas del marketing

La mejor manera de saber lo pesadas (literalmente) que pueden ser las visitas que llegan a casa es comprarte el felpudo chivato, que es, por su sencillez y su crueldad, una gran idea.

Tambien puede ser, si se trata de una cena, la manera de conocer de una forma científica, la cantidad de alimento que son capaces de ingerir las visitas.

De grandes ideas está el mundo lleno, no lo vamos a negar.

Sin embargo muchos publicistas o analistas de mercado se intentan situar en una fragmentacion artificial del mundo mezclando conceptos que no tienen nada que ver.


Como todo el mundo sabe las inclinaciones sexuales y el manejo del dinero son factores estrechamente relacionados. Los gays son discriminados históricamente en los bancos porque por mucho dinero que tengan no les dejan meter nada (no sea que las enfermedades de transmisión que sólamente ellos tienen se contagien al buen hombre de la caja).

Si, obviamente, lo que he dicho es una estupidez... ¿por qué se empeñan en vender este tipo de cosas? ¿Funciona? Si una entidad se ha gastado un dineral en ello es porque alguien cree que sí. De todas formas, muy afectuosamente: que le den por el culo al banco en cuestión.

Lo triste de todo ello es que no resulta ser más que un caso más en la fragmentación, la diferenciación publicitaria que se intenta hacer socialmente. Tienes que ser de un equipo de futbol, y los demás son el enemigo. De una compañía de téléfonos, y la otra es el demonio. De un banco, de una inclinación sexual, de un país, de una partido político, de una región, de un barrio... y lo que no sea, lo que no te identifique con ese lugar o empresa de pertenencia es, por definición, malo. El mal siempre viene de la empresa contraria.
Y, sin embargo, todos se amparan en estar orgullosos de este mundo global.

Las marcas, lo que hacen, es sacar nuestra parte retrógrada y se escudan, como un servicio de atención telefónica, en que los males del mundo siempre llegan desde el otro lado, lugar desde el que nos intentan convencer que habita el demonio esforzándose en hacer daño colateral.

Algunos se lo creen.

Otros aún no sabemos si pertenecemos a algún sitio. Así nos va a los apátridas.

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