El 26 de diciembre del año 2004 yo volvía de Madrid hacia mi querido Bilbao cuando , de una manera excesiva , empezo a nevar pasado Lerma. En la carretera y en fila de uno íbamos viendo cómo unos se quedaban parados, cómo los BMW derrapaban irremediablemente gracias a su tracción trasera e incluso un cubano al volante de un seat Leon rojo me confesaba que prefería quedarse en el arcén antes de enfrentarse a lo desconocido.
La noche nos acogió con 40cm de nieve, ninguna noticia de las fuerzas de seguridad o protección civil y yo ya había empezado a cambiar trozos del cordero que llevaba en un tupper por algún que otro cigarrillo.
He de reconocer que la circulación era imposible.
Sin embargo por un empuje irracional o simplemente miedo a quedarme solo en medio de la oscuridad. Por llegar a algún lugar o por poner a prueba mi orientación y pericia junto con el final de la batería de mi nuevo GPS decidí llegar, como fuera, hasta Burgos.
Mi monovolumen amarillo sin cadenas siguió una rodada que le llevó hasta las cocheras de los quitanieves, justo enfrente del hotel con forma de castillo que posee los baños más limpios de la nacional I. Allí me paré diciendo que no me iba a mover hasta que alguno me abriera paso hasta la capital.
Llegué y pensé que para lograr donde dormir el ayuntamiento era mi dirección correcta. A mitad de camino un camión de bomberos se paró frente a mi.
- ¿Donde va?
- Al ayuntamiento
- ¿Sabe usted que está en medio de un parque?
- No lo sé caballeros. Simplemente sigo la luz.
Así que me remolcaron y me usaron para rescatar a gente de sus coches y llevarles a alguno de los pabellones donde se habilitaron mantas y café caliente para los muchos que estaban, como yo, en medio de la nada de unas nevadas navidades.
El alcalde de burgos nos dió café y galletas
Como los que estábamos eramos muchos se habilitó el pabellón contiguo, al cual tuvimos que acceder abriendo paso a paladas entre la nieve y una vez allí, buscando un enchufe donde cargar mi móvil, conocí a Laura.
Laura era una chica delgada y rubia que estaba haciendo el camino inverso al mío. Trabajaba en Madrid y tenía la familia en Bilbao, porque en Madrid sólo queda autóctona mi familia. Hablamos mientras recargaban los teléfonos y logramos que nos dieran una manta a cada uno sin intentar lograr colchonetas porque la gente mayor es prioritaria en esos casos. Me dijo "podemos compartir manta". Y era una buena idea. Usamos una manta debajo y nos acurrucamos debajo de la otra en una esquina del pabellón mientras el frío se quedaba fuera.
Me desperté abrazado a ella.
Al levantarme sin despertarla busque a los chicos de protección, que tenían café y unos bocadillos de tortilla. Conseguí un par de zumos y volví a nuestra cama. La agité. "¿Qué haces?-me dijo.
- Cuando duermo con una chica me gusta llevarle el desayuno.
Sonrió
Salimos a la calle y estuvimos quitando nieve de coches hasta dar con el suyo y nos despedimos sin dejar de intercambiarnos los teléfonos.
Un par de meses más tarde yo volví a Madrid. Quedamos, como quien tiene algo en común dificil de explicar. Ella y yo no éramos dos supervivientes de fenómenos atmosféricos y, al contrario que la nieve de aquel día 26, no cuajó.
Siempre que veo nevar por estas fechas me viene a la boca el gusto de aquel zumo y creo recordar sus delgadas manos sobre mí.
Pd: verídico. Ella trabajaba en CajaMadrid. Si la ves, dile "hola", como la canción de Bob Dylan.
siempre nos disfrazamos de circunstancias. a veces cuadra, a veces no.
ResponderEliminarMe encantan las historias de encuentros... como la tuya, como una mía... y dejas volar la imaginación de la mano con el recuerdo y...
ResponderEliminarSon bonitas historias ;-)
IALZA