Suena el teléfono. Lo coge una chica, se lo pasa a él, que responde sin ruido “diga”. Se queda callado mientras ella va a por agua. Hay una pausa y él cuelga despacio. Ella le dice: “Si la otra es ella, te puedes quedar. Si la otra soy yo, te tienes que ir.” El se va. Es una forma de morirse.
Morirse es algo que se suele hacer más de una vez a lo largo de la vida. Una es la definitiva, pero muchas otras son las previas, como un ensayo. Se muere la infancia y se muere la vida afectiva. Se muere en un grupo y se muere ante los ojos de algunos y se muere la vida social. Se muere a propósito, lo cual se puede considerar un suicidio social o se muere porque te matan. Lo que está claro es que hay más de una muerte a lo largo de la vida. Como en todas las muertes siempre se intuye un final, mayor o menormente dramático, pero se intuye. He llegado a la conclusión que antes de una muerte siempre se tiende a intentar hacerlo con la mayor honorabilidad posible. Hacer las paces, cerrar puertas sin dar portazo, en definitiva, lo que se dice “morirse tranquilo”.
Yo quiero morirme como un abuelo que conocí. Era alto y delgado, bonachón y con la sensación de haberse rendido hace muchos años a la modernidad. Origen rural. Sonriente. Había sido maquinista en uno de esos trenes de carbón y enseñaba orgulloso un título que a mí me recordaba al equivalente masculino de las famosas “taquimecas”. Solía quedarse en la terraza de casa, con la cara embadurnada de crema bronceadora hasta tal punto que hacía imposible penetrar a los rayos de sol en su cara, pero estaba tranquilo. Reparaba las sillas a base de maderas y metales que cogía en la calle y estaba orgulloso de ello. Supongo que llega un determinado punto en la vida en el que se decide no avanzar más con él y seguir manteniendo los valores convencionales e históricamente válidos sin pensar si las modas son puntos de inflexión o meros antojos sociales, de los que dejan marcas en los recién nacidos, como un tatuaje. Tenía 86 años en aquel momento. Todas las mañanas recorría unos kilómetros andando y unos años atrás dejó de viajar con los de su edad porque ya no eran precisamente eso, de su edad. Nos contaba que en el último viaje una chica se había encariñado con él. Una chica estupenda, guapa y sonriente. Bailaban continuamente y reían en voz alta. El problema es que era precisamente eso, una niña. (75 años). “¿Cómo voy a estar con alguien que podría ser mi hija?”. Es así, y nos lo decía con la obviedad de un monologuista.
Aquel día se levantó pronto. Preparó el desayuno para la familia y desayunó con los nietos. Ellos marcharon para la universidad y él recogió la casa. Hizo las camas. Bajó a la calle. Día soleado. Camisa blanca, pantalón beige. Zapatos de suela de goma. Recorrió su camino por la ciudad y pasó por el mercado. Compró buena carne, pescado fresco, verdura. Con las bolsas en la mano llegó a casa con el tiempo justo de ponerse en la cocina. En una olla preparó alubias que había dejado en agua la noche anterior. Morcilla, cebolla, ajos, agua, aceite y condimentos. Con el agua en ebullición se puso con un taburete que cojeaba. Serró la pata y buscó entre sus cosas aquella madera que encontró cerca del parque. Con unos trozos de metal entre el empalme remachó en los cuatro costados. Sudó. Se sentó sobre el taburete y descubrió la satisfacción de un trabajo perfecto, para toda la vida. Probó la comida y añadió sal. Miró el reloj. Preparó la mesa, cuatro cubiertos. Al llegar los nietos dejaron sus cosas y él preparó rápido un segundo plato. Se cambió de camisa y se sentó a comer. Hablaron del día, del tiempo, de la gente del mercado. Sonrieron. Se levantó a hacer café mientras ellos ayudaban a recoger. La cafetera inundó la casa con un olor caluroso. Siesta y televisión. Se marchan a estudiar a la biblioteca. Terminó de recoger. Miró a su alrededor y se dio cuenta que nada estaba por hacer. La compra hecha, los chicos estudiando, la casa limpia. Se sentó en el sillón, cerró los ojos y se murió.
Por eso sé que la muerte avisa con tiempo y por eso sé que de morirme, me quiero morir así: dejándolo todo hecho.
El mismo amor la misma lluvia...deliciosa
ResponderEliminarGran forma de morir...morir tranquilo, con las camas hechas y todo dicho.
Precioso texto
Me encanto la historia y como esta contada. Y ademas, el remate del final de SFU, sublime...
ResponderEliminarConfieso que se me cayo una lagrimita cuando lo lei....
Un beso
Sofia
Desde que se enteró de que me casaba, mi abuelo estuvo durante meses diciendo que cuando pasase la boda, se acabó. Me casé a finales de septiembre, él cayó enfermo un mes después y murió hace diez días. A su manera, él también quería marcharse con todo hecho.
ResponderEliminarGracias por el post. Es precioso.
de nada.
ResponderEliminarEn la historia real, un poco más dramática, la hija de este señor es la madre de un amigo mio. En estado vegetal por esas cosas que pasan. Este señor se sentó junto a su hija, la cogio de la mano y alli le encontraron, a la hora de cenar.
Murio con (creo) 86 años despues de rehacer la herencia para que la situacion de hija no afectara en términos economicos a los nietos.
Siento lo de tu amiga.
ResponderEliminarLa historia real es aún más hermosa, y sí, mucho más triste. Veo que sí que lo dejó todo atado y bien atado el abuelo. Casualmente, el mío ha muerto con la misma edad.
Saludos.
Me preguntaba si alguien conoce el título de la pelicula del primer video, la escena es exquisita
ResponderEliminarel mismo amor, la misma lluvia.
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