La foto lateral, la del joven de rizos al viento y con la cara de la nueva hombría que se descubre en medio de la adolescencia es Carlos Robledo Puch allá en 1972.
Se le cita en muchos lugares como el precursor, allá en la Argentina, de la delincuencia juvenil. Sin embargo Carlos era un chico bien. Vivía en la parte noble de Buenos Aires cuando aquello era una ciudad noble. Desde su casa, forjada con el saber y la constancia familiar, tenía acceso a codearse con los hijos de los presidentes y directores de grandes empresas, los clubs a los que sueñan entrar los más modestos y aún hoy, cuando le preguntan, es capaz de afirmar que el día más feliz de su vida fue cuando su madre le compró un coche.
Carlos tenía todo en su mano aunque era un tipo inteligente y violento con algún problema por robar una moto que manchaba su futuro. Sin embargo el 15 de marzo de 1971 (con 19 años), en un robo algo más serio, se hizo con una pistola y mató a dos personas que dormían. El 9 de mayo mató a un hombre e hirió de bala a una mujer. El 24 de mayo mató a un vigilante. Mató a sus compañeros de fechorías e incluso a uno se supone que le quemó la cara y las manos con un soplete para que no le identificaran. Así siguió hasta que en 1980 lo juzgaron encontrándolo culpable de 10 homicidios calificados, 1 homicidio simple, una tentativa de homicidio, 17 robos, una violación, una tentativa de violación, un abuso deshonesto y dos raptos, además de dos hurtos.
Después aquí tuvimos al Vaquilla, al Torete y al Jaro. Pero eran unos mierdas con los que no pudo acabar la policía pero a quien hizo rendirse la heroína.
Ahora hay quien mira atrás cuando ve delante de sí a una generación con una decepcionante falta de respeto para con la vida humana y se le quiere echar la culpa a internet y a los videojuegos. Los más listos asocian la delincuencia juvenil con la crisis y la falta de valores que también se vivió en la época setentera de pandilleros suburbiales sin caer en la cuenta que aunque los últimos asesinos juveniles han sido tan mierdas como los macarras de ceñido pantalón, los asesinos en serie que importamos del extranjero, aquellos que vuelven a su instituto armados para saldar cuentas con el profesor que no les aprobó matemáticas y que se llevan por delante a un número indeterminado de compañeros se parecen sospechosamente a Carlos Robledo Puch, un niño bien con cara de bueno que mataba por el placer de hacer el mal.
(De esos tengo miedo. Para los otros las drogas bastan)
Con la carita de bueno que tiene el niño, porque joer, al vaquilla lo veías y ya sabías que era mejor no cruzarte con él.
ResponderEliminarCarlos sería un pobre niño de papá sin saber que hacer....naaa, lo que es, es un capullo, violento, sin escrupulos ni sentimientos.
El vaquilla es más de mi niñez, en mi barrio había varios imitadores de este tipo de delincuentes, imitadores y quizá peores que él.
Pero se le dedicaban canciones ensalzándole, cuando lo único que era...era un delincuente sin más.
En la cancioncita dice...."repartes el dinero"...sería con su camello no te jode...
Yo he sido pandillera (tenía pandilla) y suburbial (mi barrio parece ser que era de los suburbios) y de momento ni he atracado ni he matado ni violado a nadie.
Joer, con el angelito... fijate el Tuenti y los videojuegos en lo que le convirtieron... ahhh, no, que en aquella época no había de eso, ¿a quien echamos la culpa?.
ResponderEliminarMuy buen post. Un saludo.