Me levanto por la mañana. Me siento extraño, pequeño. Me noto dentro de una multitud, como si me abarrotase en el metro de Tokio. No tengo brazos. No tengo piernas. Tengo la sensación de haber engordado porque soy redondo. Soy una lenteja y resido en un frasco de cristal.
Sin querer pensar en cómo he podido llegar aquí, intento mirar a mi alrededor, porque mi movilidad es nula. Somos muchas, la inmensa mayoría ha decidido dejarse llevar por lo que le pueda traer el destino. (Básicamente, lentejas con chorizo). Yo soy una afortunada y resido junto al cristal del bote. Frente a mi, otro bote gemelo esta lleno de garbanzos, e intento telepáticamente buscar otro ente con conciencia de si mismo en el bote vecino. Imposible.
Hay muchas diferencias entre unas lentejas y otras, aunque desde fuera se que parecemos todas iguales. Las hay con motas, más grandes, más oscuras, más claras… Eso da constancia de lo grande que es la naturaleza. La exclusividad es la mano de obra de la fabricación en serie. ¿Cuál será mi destino?. Mi vida puede ser amplia o corta. Siempre hay un bote con legumbres en casa, y muchas veces no llega nunca a agotarse, sino que es una de esas comidas para las emergencias. Como única conclusión veo cuanto depende de mi la ajena decisión de los demás y que, en realidad, no dejo de ser uno más dentro del maravilloso mundo de las legumbres. Y las lentejas no tenemos libre albedrío porque somos explícitamente seres inanimados.
Se ha abierto el armario. La luz me ciega pero no puedo cerrar los ojos porque precisamente no los tengo. Tras un momento de aclimatación siento como nos movemos. Estamos, mis hermanas y yo, sobre la mesa de la cocina. De pequeño yo ayudaba a mi madre a separar lentejas. Las buenas de las malas. Ahora casi todas somos chicas sanas. Intuyo a ver chorizo, cebolla, ajo, morcilla y dos grandes cazuelas al fuego. Me estoy esperando lo peor.
La televisión está encendida, y debe de ser media mañana porque se oye a Maria Teresa Campos por toda la cocina. A mi lado noto como tiembla una compañera. Tiene miedo. Hoy sabe que está cerca del final. El infierno de las lentejas. En realidad, cuando por fin tienes conciencia de cual va a ser tu final, te da un poco igual cuando vaya a ser y solamente esperas, porque te conformas ya que conoces tu destino. Nos movemos como si hiciéramos la ola dentro del bote. Jugamos con la gravedad y con el azar para ver quien queda en la parte superior, y el primero de todos, soy yo. Oigo como se abre la tapa y caigo en una superficie fría y lisa que es un plato. Mis compañeros se amontonan encima mío. Un momento después llega la hora del baño. Está caliente, pero es asumible. ¿Cuánto tardaré en morir?. Floto un poco aunque me hundo y caigo junto a un trozo de chorizo. Me conformo pensando que ser chorizo es mucho peor que ser lenteja. Cuando eres una lenteja nadie te corta y te va comiendo poco a poco, como si te fueras desangrando y perdiendo parte de tus miembros. Ni siquiera tienes que soportar las gélidas temperaturas de la nevera sino que resides a temperatura ambiente, aunque amontonado. Pensar en ello no me hace darme cuenta que, a base de calor, me estoy ablandando.
Lo peor de ser cocinado es cuando te agitan, como cuando te das un baño con agua excesivamente caliente. El agua está bien cuando esta quieta, porque la sensación térmica ya la has asumido. Pero cuando se agita, Dios, es insoportable. Cada vez que la olla se abre y veo esa pieza de madera me pongo a temblar. No soporto, tampoco, que me miren de vez en cuando. Van pasando por la cocina diferentes personajes que abren la olla para ver cómo me voy cociendo. Miran, y veo sus caras difuminadas por el agua pero sonrientes, como quien disfruta de una ejecución. Es muy diferente ser ejecutor, espectador o ejecutado. Nunca me habían ejecutado. No me gusta, pero no por la muerte segura, sino por la durabilidad de la ejecución. Una vez que te has resignado, ya da igual.
Ha pasado tiempo. Estoy blando y noto el fuego más bajo. Nuestro sudor ha espesado el agua y estamos algo más gordos, excepto el chorizo y la patata. A lo lejos oigo más ruido y sonido de platos. Quiero intuir la melodía del telediario.
Me sirven. Ante mí, un orondo joven con una camiseta recuerdo de algún parque temático (curioso lo de temático, porque los parques de atracciones enormes son precisamente eso, parques de atracciones. Responde a la necesidad de que todo tenga un apellido: vuelo charter, diseño industrial, informática de consumo, cocina de autor. Que puñetas va a ser cocina de autor, si son lentejas con chorizo) En fin, que me van a comer. En un último momento pienso que quizá, dada la gordura del interfecto, puede que decida ponerse repentinamente a régimen. Es un sueño imposible y yo ya no tengo grandes esperanzas en mi supervivencia. Con una fría cuchara me toma (no sólo a mi) y me acerca a su boca. Sopla. Noto un alivio que lo asocio a esos minutos de lucidez que tienen los moribundos antes de su muerte. Me introduce en la boca y, como es un cerdo, intenta hablar. “Eftá bueno efto, mmmama”. Salgo escupido sobre la mesa y voy a golpear a un vaso. Estoy aturdido encima del mantel. Ahora sí soy uno solo, individual y especial. Mi destino es sólo mío. Quizá es un golpe de suerte en la vida sencilla de las lentejas y estoy destinado a crecer dentro de este mundo y llevar el mensaje de lo que hay más allá de la muerte. Sí, voy a ser un líder, porque todo esto es una señal: la forma de ver la realidad, salir airoso de un final tan cercano. Tengo una sensación de haber descubierto el camino.
Pero con un dedo sudoroso me toca con la yema, el hombrecito orondo de la camiseta, y se chupa la yema. Y me traga. Y me muero en medio de los jugos gástricos, al igual que mis compañeras. Ser uno más tiene la absoluta determinación de acabar como todos, aunque hay veces en que se piensa lo contrario. El vulgo de las lentejas y la absoluta indiferencia del medio. No soy más que uno más. Una falsa ilusión de ser diferente me embargó. Sólo me queda, como consuelo, haber estado bien sabroso.
Sin querer pensar en cómo he podido llegar aquí, intento mirar a mi alrededor, porque mi movilidad es nula. Somos muchas, la inmensa mayoría ha decidido dejarse llevar por lo que le pueda traer el destino. (Básicamente, lentejas con chorizo). Yo soy una afortunada y resido junto al cristal del bote. Frente a mi, otro bote gemelo esta lleno de garbanzos, e intento telepáticamente buscar otro ente con conciencia de si mismo en el bote vecino. Imposible.
Hay muchas diferencias entre unas lentejas y otras, aunque desde fuera se que parecemos todas iguales. Las hay con motas, más grandes, más oscuras, más claras… Eso da constancia de lo grande que es la naturaleza. La exclusividad es la mano de obra de la fabricación en serie. ¿Cuál será mi destino?. Mi vida puede ser amplia o corta. Siempre hay un bote con legumbres en casa, y muchas veces no llega nunca a agotarse, sino que es una de esas comidas para las emergencias. Como única conclusión veo cuanto depende de mi la ajena decisión de los demás y que, en realidad, no dejo de ser uno más dentro del maravilloso mundo de las legumbres. Y las lentejas no tenemos libre albedrío porque somos explícitamente seres inanimados.
Se ha abierto el armario. La luz me ciega pero no puedo cerrar los ojos porque precisamente no los tengo. Tras un momento de aclimatación siento como nos movemos. Estamos, mis hermanas y yo, sobre la mesa de la cocina. De pequeño yo ayudaba a mi madre a separar lentejas. Las buenas de las malas. Ahora casi todas somos chicas sanas. Intuyo a ver chorizo, cebolla, ajo, morcilla y dos grandes cazuelas al fuego. Me estoy esperando lo peor.
La televisión está encendida, y debe de ser media mañana porque se oye a Maria Teresa Campos por toda la cocina. A mi lado noto como tiembla una compañera. Tiene miedo. Hoy sabe que está cerca del final. El infierno de las lentejas. En realidad, cuando por fin tienes conciencia de cual va a ser tu final, te da un poco igual cuando vaya a ser y solamente esperas, porque te conformas ya que conoces tu destino. Nos movemos como si hiciéramos la ola dentro del bote. Jugamos con la gravedad y con el azar para ver quien queda en la parte superior, y el primero de todos, soy yo. Oigo como se abre la tapa y caigo en una superficie fría y lisa que es un plato. Mis compañeros se amontonan encima mío. Un momento después llega la hora del baño. Está caliente, pero es asumible. ¿Cuánto tardaré en morir?. Floto un poco aunque me hundo y caigo junto a un trozo de chorizo. Me conformo pensando que ser chorizo es mucho peor que ser lenteja. Cuando eres una lenteja nadie te corta y te va comiendo poco a poco, como si te fueras desangrando y perdiendo parte de tus miembros. Ni siquiera tienes que soportar las gélidas temperaturas de la nevera sino que resides a temperatura ambiente, aunque amontonado. Pensar en ello no me hace darme cuenta que, a base de calor, me estoy ablandando.
Lo peor de ser cocinado es cuando te agitan, como cuando te das un baño con agua excesivamente caliente. El agua está bien cuando esta quieta, porque la sensación térmica ya la has asumido. Pero cuando se agita, Dios, es insoportable. Cada vez que la olla se abre y veo esa pieza de madera me pongo a temblar. No soporto, tampoco, que me miren de vez en cuando. Van pasando por la cocina diferentes personajes que abren la olla para ver cómo me voy cociendo. Miran, y veo sus caras difuminadas por el agua pero sonrientes, como quien disfruta de una ejecución. Es muy diferente ser ejecutor, espectador o ejecutado. Nunca me habían ejecutado. No me gusta, pero no por la muerte segura, sino por la durabilidad de la ejecución. Una vez que te has resignado, ya da igual.
Ha pasado tiempo. Estoy blando y noto el fuego más bajo. Nuestro sudor ha espesado el agua y estamos algo más gordos, excepto el chorizo y la patata. A lo lejos oigo más ruido y sonido de platos. Quiero intuir la melodía del telediario.
Me sirven. Ante mí, un orondo joven con una camiseta recuerdo de algún parque temático (curioso lo de temático, porque los parques de atracciones enormes son precisamente eso, parques de atracciones. Responde a la necesidad de que todo tenga un apellido: vuelo charter, diseño industrial, informática de consumo, cocina de autor. Que puñetas va a ser cocina de autor, si son lentejas con chorizo) En fin, que me van a comer. En un último momento pienso que quizá, dada la gordura del interfecto, puede que decida ponerse repentinamente a régimen. Es un sueño imposible y yo ya no tengo grandes esperanzas en mi supervivencia. Con una fría cuchara me toma (no sólo a mi) y me acerca a su boca. Sopla. Noto un alivio que lo asocio a esos minutos de lucidez que tienen los moribundos antes de su muerte. Me introduce en la boca y, como es un cerdo, intenta hablar. “Eftá bueno efto, mmmama”. Salgo escupido sobre la mesa y voy a golpear a un vaso. Estoy aturdido encima del mantel. Ahora sí soy uno solo, individual y especial. Mi destino es sólo mío. Quizá es un golpe de suerte en la vida sencilla de las lentejas y estoy destinado a crecer dentro de este mundo y llevar el mensaje de lo que hay más allá de la muerte. Sí, voy a ser un líder, porque todo esto es una señal: la forma de ver la realidad, salir airoso de un final tan cercano. Tengo una sensación de haber descubierto el camino.
Pero con un dedo sudoroso me toca con la yema, el hombrecito orondo de la camiseta, y se chupa la yema. Y me traga. Y me muero en medio de los jugos gástricos, al igual que mis compañeras. Ser uno más tiene la absoluta determinación de acabar como todos, aunque hay veces en que se piensa lo contrario. El vulgo de las lentejas y la absoluta indiferencia del medio. No soy más que uno más. Una falsa ilusión de ser diferente me embargó. Sólo me queda, como consuelo, haber estado bien sabroso.
en la naturaleza nada se destruye solo se transforma
ResponderEliminarEs mi favorito...Bien lo sabes.
ResponderEliminarSi no fuera un ser humano, que a veces, hasta dudo que lo sea;
si no fuera un ser humano, decía, sería lenteja; pero no así una lenteja en la frialdad, de un tarro, yo quiero ser Lenteja de guiso, de andar por casa, vamos! dentro del guiso, estofadita, con mi cebollita, mi choricito, mi laurel; en fin, si no puedo ser lenteja, porque haya excedente; dato, que reconozco, me es totalmente desconocido...
Pues eso, si no puedo ser lenteja, quisiera ser "Punto y coma".
¡Por Zeus! ¡Cuán olvidado está el "punto y coma".
- BRINDEMOS TOD@S
- Por el punto y coma !!!!!