20 de enero de 2008

la columna

Acabo de leer en un libro, y cito textualmente:
Durante la primera parte de tu vida, no te das cuenta de tu felicidad hasta que la has perdido. Luego llega una edad, una segunda edad, en la que sabes, en cuanto empiezas a vivir algo feliz, que acabarás perdiéndolo. (...) Mas tarde se llega a una tercera edad, la autentica vejez, cuando el hecho de prever la perdida de la felicidad impide incluso llegar a sentirla.”
Y lo que más me duele es que creo positivamente que tiene razón, pero con matices.

Los matices son la irracional forma que tiene el ser humano adulto en intentar recuperar aquellas cosas que si bien le hicieron feliz, no supo aprovecharlas en su momento. Es cuando te compras una moto, cuando miras con deseo un descapotable , cuando marchas de mochilero a Tailandia o cuando , simplemente, llamas a una antigua novia.

Porque no nos podemos olvidar de lo personal, que, al fin y al cabo, es lo que va marcando las decisiones que vamos tomando en la vida, bien sea para escapar de ello, bien sea para sumergirnos en ello.

En el verano del 92, escapando de una relación personal que aún ahora no he superado, pasé unos días en Alcoceber, provincia de Castellón. Por la mañana, antes que se despertaran con su resaca el resto de los habitantes de la casa extraña en la que me encontraba, salí a comprar el pan. Y en la panadería me encontré a una pareja de alemanes que habían llegado allí como yo -escapando de algo quiero decir- y que habían descubierto que se querían quedar allí, haciendo pan por las madrugadas, cogiendo olas por las tardes y, supongo, haciendo el amor hasta el anochecer. Me muero de envidia cuando les recuerdo. De envidia y de cobardía.

La cobardía la da mi inutilidad absoluta para echar el cerrojo de mi vida, tal y como la conozco hasta ahora, y lanzarme a un futuro incierto en el que probablemente el sistema no deje que me muera, porque hay que seguir cotizando. Y la envidia la da el hecho de ser plenamente consciente que debe de existir un lugar, el final de algún camino, en el que uno sienta que ha llegado al lugar donde pertenece. Un lugar blanco, supongo, que te deja continuamente la misma sensación que tienes al salir de un cine lleno a medias donde has visto y te ha llenado una película que también te ha hecho pensar. Un lugar que es como aquel polvo que recuerdas y cuando lo recuerdas sólo sientes cómo te temblaban las piernas al recoger las sabanas caídas de la cama. Un lugar lleno de magia y un lugar al que nunca vas a ser capaz de llegar, porque es un sueño imposible.

Es un sueño porque siempre tendemos a fantasear sobre la vida de los demás, y lo que es peor, los demás sobre la nuestra. Estoy harto de oír una y otra vez: “lo bien que vives”, “que suerte tienes”, “tu vida es estupenda”, “me encantaría hacer la mitad de lo que tú has hecho”… Y se que están fantaseando sobre mi. En ese momento yo soy ese turista alemán que hace pan. El problema es que no les rompo el mito, el problema es que asiento con la cabeza y les dejo pensar que soy un sano humano crápula inteligente y culto que exprime la vida hasta que saca el jugo líquido y dulce de la felicidad.

Y aunque disfruto cuando fantasean sobre mi, es mentira.

En la primera parte de mi vida no fui capaz de darme cuenta de la felicidad hasta que la perdí. Después saber que lo acabaría perdiendo me hizo no disfrutarlo y ahora, antes de tener que asumir que perderlo va a ser mas duro que tenerlo, me voy a comprar una moto y me he propuesto llamar a aquella antigua novia, al menos para ser feliz unas horas.

Cojo el teléfono: marcar, 6-0-9-…

2 comentarios:

  1. Es dificil reconstruir con lo que queda, pero es factible. Precisamente por esto es la opción que rehuimos.

    Es cómodo pensar "como la solución pasa por abandonar TODO y empezar de CERO y eso NO lo vamos a hacer"... pues no hacemos nada. Un poco de flagelo por la cobardía, quietud, acomodación... y ya está.

    Pedro

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  2. Me he quedado sin palabras, puede ser por la hora..o porque tú has dicho muchas de las que yo pienso..ayss

    Un abrazo

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